Celebramos el centenario del nacimiento de Albert Camus (7/11/1913, Mondovi, Argelia), el gran novelista, narrador, dramaturgo, ensayista y periodista.
Muchos de mi generación recibimos la impronta de Camus en plena juventud: descubrimos el absurdo de la condición humana a través de Meursault, el protagonista de ‘El Extranjero’, y a la vez el sentido de la responsabilidad con los otros en medio de la desgracia colectiva a través del médico Rieux de ‘La Peste’, esa metáfora de la II Guerra Mundial y de los desastres por obra humana.
Nietzsche y Dostoievski habían cerrado el siglo XIX con una constatación: el mundo había derivado hacia el nihilismo como consecuencia de la modernidad, del despliegue de las ciencias y del positivismo. De alguna manera, al menos para Nietzsche, había que ver la genealogía de lo que llamó “la muerte de Dios” en la propia historia del cristianismo. Se abría una época de crisis y de transfiguración de los valores. Luego, con Kafka, con Musil, la literatura se había hecho cargo del absurdo que hay en la condición humana.
A la vera del existencialismo (es discutible considerarlo existencialista), Camus continúa la exploración del nihilismo y sus consecuencias: la devastación ocasionada por las guerras mundiales, los campos de concentración y exterminio, la industria de la muerte.
‘El mito de Sísifo’, consagrado a la meditación sobre el absurdo del hombre, concluye con la afirmación de la vida y del sentido de justicia frente al mal.
Sin embargo, para nosotros, hoy día, es la polémica entre Sartre y Camus a propósito de la aparición de ‘El hombre rebelde’ (1952) la que cobra especial importancia. El hombre rebelde, según Camus, afirma la dignidad humana, la libertad, el sentido de la justicia. El rebelde es lo opuesto del hombre resentido; este último está motivado por la envidia, por el rencor, termina en el arribismo o subordinándose a algún amo.
Camus, que había participado en la resistencia al nazismo, condenaba igualmente el despotismo estalinista, mientras Sartre hacía malabares retóricos para justificar la dictadura estalinista en nombre del supuesto proyecto de emancipación humana que estaría implícito en el “socialismo real”. Creo que el tiempo ha dado la razón a Camus.
El hombre rebelde, y él lo fue ejemplarmente, resiste a toda forma de opresión, de injusticia. El combate por la dignidad humana es permanente, en todo lugar. Los medios legitiman los fines, y no al revés.
No habrá entre nosotros, seguramente, actos de homenaje al gran escritor nacido en un humilde hogar de trabajadores agrícolas. El hombre libre, el rebelde, el gran poeta, no puede agradar a los poderosos.
Pero su obra debería resurgir con fuerza cuando los nacionalismos y racismos oscurecen nuevamente a Europa.
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