Un viaje tras de Foucault por los hexágonos de la biblioteca


El Loco, el Guerrero, el Artista
Fabulaciones sobre la obra de Michel Foucault

María Inés García Canal.

Plaza y Valdés-UAM Unidad Xochimilco, 1990.


¿Cómo “leer” a Foucault después de las reservas formuladas por el pensador francés acerca del comentario o de la interpretación? En principio, parece una empresa destinada al fracaso, contradictoria, una “loca” aventura. Solo en principio, pues es evidente que si algo nos queda como legado indiscutible e irrenunciable de la obra foucaultiana es un mayor conocimiento sobre la productividad de la lectura, como actividad generadora de conocimiento histórico, como poiesis. ¿Acaso no fue Foucault un “maestro” de la lectura, al punto de que pudo penetrar con nuevas perspectivas en las configuraciones del saber, del poder, de la moral o la ética? De ello encontramos suficiente testimonio en su actividad de “archivista”, de “genealogista”, y también en el reconocimiento que de su enseñanza hicieron algunos de los más importantes teóricos y críticos contemporáneos en los campos disciplinares de la filosofía, la historia, la sociología o la literatura, es decir, entre quienes tienen como tarea fundamental la lectura.

Toda lectura atenta está destinada a una escritura. Es el destino de la reflexión como modalidad del pensamiento. Discursos que se engarzan a discursos, enunciados que se abren en haces múltiples para provocar nuevos enunciados. Actividad sin fin, que sin embargo se realiza de manera diversa a través de las historias. ¿Por qué no intentar, entonces, una lectura de Foucault situándonos en el espacio de la Biblioteca de Babel figurada por Borges? ¿No es acaso Foucault un asiduo y aprovechado lector de Borges?…  Sería una aventura que “repetiría”, aunque en otro registro, la emprendida por el propio Foucault a propósito de su lectura de los discursos sobre la locura: cómo iluminar la emergencia del Otro que es hablado, explicado, comprendido, producido y sancionado desde la razón, desde el saber instituido por disciplinas científicas positivas, como la psiquiatría. ¿Por qué no intentar un viaje que se inicie con la colocación del sujeto lector, intérprete y locutor en los “márgenes”, mejor aún, en el umbral, en el “exterior del interior” que es a la vez el “interior del exterior”, de las formas discursivas racionalistas dominantes en el medio académico? Hablar sería hacerse cargo de los “pliegues” que, en el juego constante entre la interioridad ganada por el sujeto y la exterioridad social, posibilitan que el individuo exista, se construya, se “habite” a sí mismo.

Me parece que así se podría resumir la perspectiva que María Inés García se propone en su lectura de Foucault. Más que un comentario crítico, que una interpretación teórica o metodológica, la lectura de M. I. García quiere aventurarse hacia problemas que sugiere la obra de Foucault vinculados con el sentido actual del conocimiento, con las condiciones de posibilidad de una subjetividad libre. Es decir, quiere situar la obra foucaultiana bajo una mirada ética y estética, o con mayor precisión aún, desde una estética subordinada a una ética abierta: la construcción posible de una subjetividad libre. Pero la autora intenta jugar esta aventura al margen de los formalismos con presunción científica, de espaldas al modo academicista dogmático de ejercicio de la crítica y la reflexión. Hay, por ello, en el texto de María Inés García una declarada búsqueda de otras posibilidades de lectura y escritura: la elaboración de fragmentos que, a su vez, aluden a otros fragmentos. ¿Acaso cada “libro”, cada “obra”, incluso la “completa”, es algo más que un fragmento?, podríamos preguntarnos. De ahí que la autora recurra al collage como herramienta de construcción del discurso, al deslizamiento desde consideraciones epistemológicas o historiográficas hacia la meditación a la que nos arrojan los textos poéticos (Borges, Kafka).

La proximidad del pensamiento en sus formas filosófica y poética (sobre la cual han calado filósofos como Bachelard y Heidegger), el vínculo entre conocimiento y poiesis, y los vasos comunicantes entre los dominios del conocimiento, de lo estético y lo ético, posibilitan así una propuesta de lectura fabuladora. La fábula pertenece al relato, es la construcción de lo que efectiva o supuestamente sucedió. Es un término que conlleva un significado más amplio: implica la actividad de la imaginación, de la invención. “Fabulaciones sobre la obra de Michel Foucault”, el subtítulo del libro de María Inés García, declara así el entrelazamiento de dos aspectos: el relato de la historia de la obra de Foucault y la repercusión de esa historia en la lectora, que a su vez escribe para sacar a la luz su propia invención, para empujar su imaginación hacia un horizonte de nuevas posibilidades de pensamiento, de problematización.

El relato de la obra de Foucault se realiza a través de una demarcación de períodos que atiende a preguntas y problemas que pueden destacarse con el propósito de establecer cortes, algo así como una periodización que fija puntos de desplazamiento: el Pensar, el Construir, el Habitar. Un agrupamiento de las obras del filósofo francés que no obedece a exclusivos criterios cronológicos, sino al señalamiento de problemáticas: 1) las condiciones de posibilidad del pensamiento, la relación entre lo pensado y lo no-pensado, la formación de los objetos de las “ciencias humanas”; 2) las relaciones de poder, los vínculos entre poder y saber, las disciplinas, la formación del sujeto; 3) la subjetividad y la libertad, la búsqueda del sujeto libre (el viaje a la Grecia Antigua).

A esos tres momentos corresponden tres figuras emblemáticas que resaltan los énfasis de la obra de Foucault: 1) el Loco, un Otro privilegiado sobre el que hablan las “ciencias humanas”, dándole voz y a la vez silenciándolo para excluirlo del pensar, pero que justamente por ello permite iluminar las condiciones de posibilidad del pensamiento y, por tanto, de constitución de las “ciencias humanas”; 2) el Guerrero, que asume su inserción en medio de las relaciones de fuerza a partir del conocimiento de las relaciones de poder; y finalmente, 3) el Artista, el esfuerzo final del sujeto por construirse como sujeto libre con base en el conocimiento de sí.

María Inés García nos propone una imagen de la obra de Foucault como un viaje a través de los “espacios” de estas tres figuras emblemáticas. La lectura sigue los desplazamientos a través de los “hexágonos de la Biblioteca” borgiana, que esta vez contienen la obra de Foucault, juego metafórico que expone el desplazamiento mismo de la lectura, de una a otra problemática, de uno a otro énfasis.

Sin embargo, para ampliar el juego, la autora propone una denominación de las tres “estancias” del “viaje foucaultiano”: Pensar, Construir, Habitar, en ese orden, que modifica el que tienen los tres términos en la conocida conferencia de Heidegger Bauen, Wohnen, Denken (“Construir, habitar, pensar”; 1951). Más aún, la insistencia en los infinitivos a lo largo del libro de M. I. García acentúa el presumible acercamiento al texto heideggeriano (que se cita como “frase” contenida en Poesía, lenguaje, pensamiento). Pero nada hay más equívoco en el libro de María Inés García que esta designación de sus capítulos, pues no hay aproximación alguna a Heidegger, ni como pensador, ni como precursor, ni tampoco como antagonista de Foucault (o de la autora). ¿Qué función cumple entonces esta estratagema? Cuando más la referencia aludiría a un camino distinto al de Foucault, el de Heidegger, alusión que quizás pudiese contener un reto: la contraposición, el enfrentamiento, el encuentro de dos modos de pensar. Quizás algunas frases de M. I. García, sobre el lenguaje por ejemplo, estén más cercanas a algunos pasajes de Heidegger que al discurso de Foucault; no obstante, es evidente que la relación de Foucault con Heidegger no es asunto de este trabajo de M. I. García. Pese a ello, considero que los títulos de los capítulos son parte de un artificio poético, un juego metonímico, alusivo, e incluso una trampa, que anuncia otras vías de reflexión y que marca ―como las citas de Borges y muchos epígrafes― la escapatoria de los recursos y las redes retóricas del discurso cientificista, contra el cual, y ciertamente tras de Foucault, se rebela la autora del libro que comento.

En el caso de M. I. García, se trataría de un escape destinado a atravesar el pensamiento de Foucault hacia un más allá, que queda señalado en el propio texto (cf. pp.146-152; 163-168). A partir de la in-conclusión de la obra de Foucault, sostendría la autora, se disparan hacia nosotros nuevas preguntas. Más aún, preguntas específicas, que emergen de la propia situación histórica, social y política de las mujeres, sobre la “condición femenina”, como sugiere García. Y así se podría seguir, tomando a cargo las preguntas que se abren ante nosotros. “Preguntas múltiples [que] se agolpan; deseo de adentrarse y vivir este nuevo desvío. Buscar respuestas que no serán más que vías de tránsito, el descubrir de un nuevo camino. Vía por siempre inaugural” (p.168). ¿Anuncia este párrafo nuevos caminos que se “bifurcan” ante la autora, que se abren en un llamado a la continuidad de la escritura? Así lo creo, además de constituirse en reto y en invitación a pensar.


México, DF, enero de 1992