¡Todo el poder!

‘¡Todo el poder a los soviets!”. La consigna recorrió Rusia en 1905 y luego en 1917. El soviet (consejo) fue una forma de organización surgida desde las bases de la insurrección. Como antes la “comuna” (París, 1871), supuso la politización general, los debates en calles, plazas, fábricas y cuarteles. La representación quedó vinculada a la revocatoria del mandato. La separación entre Legislativo y Ejecutivo quedaba suspendida en esa democracia revolucionaria que de algún modo reinventaba el ágora ateniense.

Mas el poder de los consejos duró solo unos días. Sucumbió ante la dictadura del partido leninista y el golpe final lo dio más tarde Stalin: ¡Todo el poder al autócrata! No solamente el comunismo cuestionó y “superó” el parlamentarismo y la división de poderes, también lo hicieron el fascismo y el nazismo, surgidos ambos de la democracia liberal (elecciones, Parlamento).

La historia de la democracia del siglo XIX hasta hoy, y por tanto del liberalismo y las izquierdas, tiene que ver con los límites reales de la participación política, la representación, la división de poderes, la relación entre mayorías y minorías, los partidos. En el Parlamento, en tanto modelo ideal, deben representarse y confrontarse los diversos intereses sociales. Debe ser lugar de negociación para alcanzar consensos.

Mientras la ‘izquierda revolucionaria’ condenaba el ‘cretinismo parlamentario’, el ‘reformismo’ planteaba fortalecer el Parlamento para impulsar cambios sociales. Así se forjó el Estado de bienestar en Europa occidental. Si la ‘vía revolucionaria’terminó en el autoritarismo, la ‘reformista’ ha venido a dar en la modorra burocrática de la socialdemocracia europea, impotente frente a la crisis actual.

En la mayoría de países de América Latina la democracia liberal ha sido débil, cuando no mero simulacro. ¿Hasta qué punto la concentración del poder en el Ecuador, de la que se quejan nuestros liberales, no es la continuidad de la historia de las últimas décadas? Los medios inventaron una distorsión de la realidad, la partidocracia, en un país donde no había partidos sino caudillos populistas y dos o tres organizaciones regionales. Hubo, sí, caudillos que tuvieron o quisieron “todo el poder”.

Aquí, se nos dice, no se necesita Parlamento. Nada más explícito que una burda cuña radial oficialista: el Congreso del pasado, se reducía a groseras “peleas”, hoy la Asamblea será lugar de ‘trabajo’.No de acción política, no de confrontación y consensos. ¿Habrá que interpretar ‘trabajo'(la loa al ‘trabajo’ y la ‘eficiencia’ de la moral burguesa) como rutina burocrática para tramitar leyes cuyo contenido se define en otro lugar? ¿En cuál? ¿En Utopía, es decir, en Ningún Lugar? ¿O simplemente donde se concentra todo el poder? Pero ¿dónde se concentra el ‘poder’?


Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: https://www.elcomercio.com/opinion/-3.html