Cristóbal Zapata, con dos poemarios, Corona de cuerpos (1992) y Te perderá la carne que hoy nos entrega, se ha constituido sin duda en uno de los jóvenes poetas ecuatorianos de este fin de siglo que merecen una especial atención por la consistencia de sus búsquedas estéticas. Son pocos, en efecto, los jóvenes poetas que pueden exhibir en su temprana obra la combinación de hallazgos estilísticos con el brillo de la inteligencia que desnuda la experiencia vital, la capacidad imaginativa con la rica aprehensión del lenguaje.
Cristóbal Zapata nos propone una experiencia poética en la que la inmersión en el poema es una excitante exploración del deseo, una travesía que hiende el lenguaje para acceder a los territorios del gozo sexual, una exposición imaginativa del cuerpo para, descarnándolo, convertirlo en texto gozado. Si los protagonistas poemáticos que desfilan por el libro se abisman en la pasión, si recobran su inocencia, es porque para el poeta autor de este libro la salvación del mundo radica en la experiencia, en un abrirse al deseo, al encuentro de los guerreros que emergen de las aguas o de las muchachas que salen de sus trajes de baile, y se nos entregan. La experiencia, que trasciende la moral, espiritualiza las pasiones, las poetiza, las salva. De ahí que el poeta, en uno de sus más bellos y concentrados textos, pueda convertir en icono del mundo de la vida, la contigüidad metonímica del papel, el mantel y la sábana, la blancura que espera la mancha, el trazo; la tersa superficie que se ofrece a la rasgadura, que recoge y absorbe los líquidos vitales:
MAPAMUNDI
El papel, el mantel y la sábana
ríos blancos, hondos
entre cuyas orillas corren
los placeres y los días,
la tinta, el vino y el cuerpo;
los flujos de la vida,
los trazos de la muerte.
Lo dicho es suficiente para comprender también que la poesía de Zapata es poesía erótica: del gozo y de la pérdida, de la violencia y la inocencia, de la sexualidad polimórfica, de la pasión y la muerte.
Te perderá la carne se nos presenta como un libro compuesto por cinco secciones: la primera contiene tres poemas en prosa, “Tres alegres trópicos”, en los que el “Escriba”, el personaje poemático, narra tres experiencias eróticas. El Escriba, en estos poemas, representa tanto al sujeto del deseo y el goce eróticos como del deseo y el goce de la escritura. Sigue a esta sección “Salones”, cinco poemas que giran en torno al goce de la mirada del pintor y del contemplador de cuadros. Luego nos encontramos con “Cuerpos en el sereno”, dieciséis poemas de diversas modalidades de composición, siempre articulados por el juego erótico y la transfiguración de este en textualidad. Las dos últimas secciones son ejercicios de traducción y de intertextualidad: “Lecturas”, cuatro traducciones, e “Imagen primera”, una viñeta tomada de Dejemos hablar al viento de Onetti.
A mi modo de ver, las tres primeras secciones son las que debieran constituir por sí solas el cuerpo del libro. Y sobre ellas quisiera detenerme por un momento, a fin de considerar brevemente algunos aspectos que me parecen significativos. El primero de ellos tiene que ver con la vinculación y la diferencia, en estos textos, entre prosa poética y verso; entre lo narrativo, lo descriptivo y la expresividad lírica.
Uno de los mayores hallazgos, si es que no el mayor, de Zapata en este libro es la vitalidad y la fuerza de su prosa poética. La prosa poética es ciertamente una de las formas más difíciles por las tentaciones que conlleva y que a menudo arrastran al poema hacia su fracaso, cuando se hunde en el sentimentalismo, en la descripción que exacerba la expresividad del hablante lírico o en la narración que abandona la tensión lírica. Sin embargo, Zapata ha encontrado el exacto balance entre la narración de las situaciones y la tensión lírica, entre la expresión de las emociones y sentimientos y la descripción de los ambientes en que se realizan los encuentros o los paisajes del deseo. Tal vez, en alguna ocasión, el texto se deje arrastrar por la aliteración hacia la rima interna que resta fuerza a la prosa; sin embargo, en el conjunto de estos poemas en prosa hay una ganancia en precisión de la imagen. Para mi gusto personal, con excepción de dos poemas en verso, “Las muchachas de H.H.” y el citado “Mapamundi”, los poemas en prosa son los mejores del libro. Considero que en los dos primeros párrafos de “Plein soleil” se concentra en su esplendor la belleza de la prosa poética de Zapata.
La narratividad que implícitamente conlleva el poema en prosa se manifiesta asimismo en los poemas en verso del libro. En el citado “Mapamundi” es evidente; la narración deja paso a un argumento estrictamente lírico: la semejanza entre el papel, el mantel y la sábana por donde corren la tina, el vino y el cuerpo, son espacios donde fluye la vida y donde encontramos los trazos de la muerte. Pero en general los textos en verso están regidos por el argumento narrativo, que subordina a este la expresión lírica. A ratos, por ellos, me he preguntado si no estamos ante un notable poeta de la prosa, si se me permite decirlo así, más que ante un poeta del verso. Como sea, creo que tenemos con nosotros un muy buen libro de poemas. Dejo abierta, entonces, una interrogante acerca de las posibilidades de la prosa poética en la poesía contemporánea y las vías de encuentro entre el cuento corto y el poema lírico.
Creo que una más detenida meditación sobre el vínculo entre prosa poética y verso en este libro podría conducirnos a proponer un reparo menor a su organización, en especial a la tercera sección del mismo, “Cuerpos en el sereno”: tal vez hubiese sido mejor excluir de esta parte los textos en prosa y colocarlos juntos en otro lugar.
La segunda parte del libro, en cambio, presenta una sólida unidad. La componen cinco poemas sobre la pintura, más aún, sobre el ojo y la mirada: las impresiones de la modelo que posa en una representación de Ofelia ya muerta sobre las aguas; las impresiones que causan en el ojo experimentado del poeta-contemplador algunas pinturas de Zorn, Courbet y Degas. Poemas, por tanto, de la visión. Y es la visión, es la imagen visionaria, precisamente, lo que otorga su marca estilística al conjunto de los textos poéticos de Zapata. Si tuviese que definir a nuestro poeta en una sola frase, no dudaría en decir que se complace dibujando y pintando con palabras. Hay parquedad en referencia a otras experiencias sensoriales, incluso a las musicales (más bien se citan nombres o frases de las letras de canciones), pero en cambio hay un gran despliegue de las imágenes plásticas. Textos y cuadros se citan a lo largo del libro para producir textos e imágenes visuales. Incluso en el caso de los poemas en verso, la imagen visionaria contrasta con la muy parca búsqueda de la musicalidad que pudiese provenir de una detenida atención al ritmo, a los acentos. El poema se afianza al deliberado prosaísmo que apuntala la narración y la descripción a través de las imágenes visuales.
Este libro de Cristóbal Zapata es un ámbito de poesía conquistada, uno de los mejores libros de poesía que se han escrito por ecuatorianos en esta década final del siglo XX.