Nota introductoria a: Yolanda Pantin, Yo he soñado con esto. Quito, Centro Cultural Benjamín Carrión, junio de 2018.
Desde su inicial Casa o lobo (1981) hasta Lo que hace el tiempo, libro que obtuvo el premio Casa de América (2017), Yolanda Pantin ha venido componiendo un mundo poético donde memoria, imaginación y pensamiento se conjugan con la sobriedad de su dicción. El mundo poético no es, por supuesto, una mera representación de la realidad, ni tampoco solo registro de las experiencias vitales. El poema trae ante nosotros, los lectores, una suerte de reinvención de las cosas, plasma en palabras el caballo imaginado, el mar soñado, nos incita a vislumbrar o recrear el árbol, el destello de su follaje y su sombra.
“Es curioso que siendo [Venezuela] un país con una costa enorme sobre el Caribe hayamos preferido guardarnos hacia adentro y no ver la luz sino el resplandor. Yo quiero el claroscuro, para poder ver”, dice Yolanda Pantin en una entrevista reciente. La poeta, que en su juventud incursionó también en la pintura, sabe sin embargo que cualquier referencia metafórica a la luz para describir el poema oscurece lo esencial: el poema es palabra. Y que el lenguaje, que hace posible incluso la introspección, siempre es palabra compartida, es interlocución. De ahí que su poesía conlleve un recorrido vital a través de la evocación de personajes y de paisajes, que se han modificado en el transcurso del tiempo, y que en esa evocación se recojan las palabras de los otros. En sus poemas escuchamos las voces que provienen de conversaciones lejanas, de la infancia vivida en la finca familiar de Turmero, en Aragua, o de las tertulias sostenidas a orillas del lago Como, donde se ha reunido por unos días, más bien por obra del azar, a un grupo de escritores, artistas y científicos escogidos para una estancia compartida.
El poema no es solo registro; es iluminación, epifanía. La palabra poética no se limita a la narración de lo visto o al registro de lo escuchado, sino que intensifica la imagen para que vibren en ella las preguntas sobre la existencia, sobre el valor de la vida y el valor para vivir, aun en medio de la devastación. No es posible ignorar la muerte y su ronda en torno a quienes se ama, pero el poema insiste ante todo en la vida y su afirmación multifacética.
Puede que Turmero sea hoy solo el desaguadero de Maracay, como suele decir su poeta. Mas el pueblo de la infancia, de la calidez que proviene del hogar, de la fuerza del árbol, de la belleza de las orquídeas o de los caballos, y también el dolor, del duelo por los amados muertos, vuelven hasta nosotros en el poema. Vuelven en el poema para ser soñados por la poeta quienconfiesa que, desde hace mucho tiempo, no tiene otra forma de soñar.
Y como el pueblo de la infancia, en ese vitral lleno de iluminaciones que es la poesía de Yolanda Pantin, se ilumina y mantiene la vida compartida, se recobran las voces de los otros, se tienden cables subterráneos entre el pasado, el presente y lo que está por venir. No caracteriza a esta poesía la elocuencia, por el contrario, se podría decir sobre Yolanda Pantin lo que ella dice sobre una de las grandes poetas del siglo XX: “Discreción es la palabra, reticencia, tal / resumen la poética de Elizabeth Bishop.” Lo extraordinario es que tal discreción o reticencia, tal claroscuro, tal juego de luces y de sombras, nos iluminen tanto. Y que todo esto que ha soñado la poeta nos alerten tanto sobre el mundo.