Rebeldes y obsecuentes

Hace poco apareció una antología de la revista La bufanda del sol (1965-66; 1972-77). Para los intelectuales de izquierda de esos años, parecía clara la función del intelectual: intervenir críticamente en los campos del pensamiento, la literatura y el arte a fin de propiciar la transformación social.

Lo que vino después en apariencia echó por tierra la idea misma de revolución y por tanto las pretensiones del intelectual de izquierda. En principio, el derrumbe del socialismo soviético y el declive de la Revolución Cubana no habrían tenido por qué involucrar la decadencia de la figura del intelectual de izquierda. En realidad, hubo dos versiones de esa figura: la de quienes se mantuvieron libres y la de los subordinados a las ortodoxias de Estado y partidos. ¿Qué pensadores, escritores o artistas de verdadero relieve fueron fieles a esas ortodoxias? A la hora del balance histórico quedan pocos nombres dignos de mención.

La creatividad intelectual y artística choca siempre con los poderes políticos (estados, iglesias, jerarquías académicas). En ese enfrentamiento, esos poderes recurren a la exclusión, la cárcel, el asesinato para silenciar la crítica. Pero hay otra forma de sometimiento de la crítica: la inclusión del pensador crítico o del artista rebelde en los panteones de la cultura oficial, su sacralización.

Parecería que el peligro de disolución del pensamiento crítico o de la creación tendría que ver en nuestra época, además, con la modificación de las formas de acercamiento a las obras del intelecto o de la imaginación: el público demanda mensajes breves y actos espectaculares.

En la vía hacia el autoritarismo, el Estado borra las humanidades del sistema escolar. La ciencia se somete a los intereses de los grandes capitales, por lo que se auspicia la investigación solo cuando sirve al incremento de la renta tecnológica. Se somete la creatividad artística a la burocracia. Se premia la servidumbre. La cursilería se convierte en la estética del poder.

Gramsci sustentaba que cada clase destinada a alcanzar la hegemonía política y ética tenía su figura de intelectual “orgánico”: la Edad Media feudal, el clero; la burguesía en ascenso, el libre pensador ilustrado; la clase obrera, el partido revolucionario. Su idea de intelectual orgánico no corresponde a nuestra época. Pero se pervierte cuando se la usa para obtener la sumisión al amo o al caudillo de turno.

Mas la cuestión esencial sigue en pie: ¿es posible el pensamiento o la creación artística desde la sumisión? O solo es posible desde la rebeldía, desde repetidos actos de libertad. Incluso bajo las circunstancias más difíciles (como la que atravesó el mismo Gramsci en las cárceles del fascismo) el pensamiento y el arte afloran desde ese umbral de libertad que alcanza el rebelde.


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