Poetas y comisarios

En una conferencia que pronunció en el Centro Benjamín Carrión (30/03), el escritor uruguayo Eduardo Milán se refirió a la crisis de la poesía contemporánea, que estaría vinculada a la pérdida de mundo de la vida e incluso a la ausencia de utopías características de la actualidad. Aclaró, sin embargo, que la poesía no es vehículo de doctrinas o ideologías.

Y es cierto, la poesía no es edificante. Más bien, poesía y arte se contraponen a los valores sociales que cristalizan en ideologías políticas o doctrinas morales. Develan la incongruencia entre los valores que se proclaman, como la libertad de los individuos o la solidaridad, y la realidad de jerarquías, subordinaciones y formas despóticas que priman en las relaciones sociales.

La poesía ante todo preserva el lenguaje, que tiende a corromperse por la propaganda y la demagogia. En este sentido, la poesía es profundamente política. La construcción de ideologías debería ser ajena a los poetas. No obstante, en tanto ciudadanos estos no son ajenos a las cuestiones políticas e ideológicas.

No se es poeta a tiempo completo, se es poeta mientras se escribe o se lee poesía. De ahí las múltiples actividades con las que sobreviven los poetas: Villon, asaltante de caminos; Garcilaso de la Vega, soldado; Teresa de Ávila y Juan de Yepes, monjes y místicos; Stevens, abogado de compañías de seguros; Pessoa y Cavafis, empleados de comercios. Ha habido médicos, periodistas, profesores, diplomáticos, mendigos.

Algunos han vivido al amparo de mecenas privados o de los estados. Otros han sido perseguidos o asesinados. Brodsky, expulsado del colegio, fue a la cárcel por “parásito social”; más tarde lo echaron al destierro. Otros murieron en las cárceles de regímenes autoritarios.

Ha habido de todo. En tanto poetas, los juzgamos por su poesía, por su relación con el lenguaje. Como personas, es otro cantar. Su conducta política es otro asunto. En este ámbito de la conducta política, es infinitamente superior el “parásito social” al comisario que vela por cualquier supuesta corrección política y al esbirro que acompaña al poderoso.

Hace poco se conoció la carta de Roque Dalton al Partido Comunista Cubano (1970), en la que explica su renuncia a Casa de las Américas. Es un documento que avergüenza: Dalton denuncia la actitud de los comisarios Benedetti y Fernández Retamar que pedían al salvadoreño una vigilancia de pesquisa sobre Ernesto Cardenal, que visitaba Cuba. Tampoco se reivindica Dalton con esa carta.

En un acto no ajeno al fanatismo de los comisarios, Dalton fue asesinado en 1975 por el ERP de Joaquín Villalobos, hoy asesor de seguridad de varios gobiernos hispanoamericanos.

No es extraño que Benedetti, un poeta menor, sea ‘el Poeta’ de ciertos comisarios de estas tierras.


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