Poesía de fuego y barro: el ceramista Carlos Runcie Tanaka

Arcilla, agua, la habilidad y sabiduría del dios que da forma al barro, el fuego que produce consistencia, el soplo creativo: desde los orígenes, el hombre encontró esta esencial conjugación de su ser con los elementos. El testimonio guardado en los mitos de origen da fe de una unidad profunda, de un saber de la pertenencia del hombre a un hogar ―barro y fuego―, a una materialidad ―tierra, aire y agua― que se pliega para cobijarlo y que se ofrece para ser formada por la mano, que se brinda al soplo creativo para ser portadora de espíritu, de imaginación, voluntad y pensamiento. Que el hogar sea el centro de la unión del núcleo humano, que sea el eje de la religiosidad, radica en esa comunión del hombre con la tierra, con su elemento.

Arcilla, agua, fuego, imaginación: sin duda, la proximidad de los materiales, su generosa capacidad para ser modelados, permitieron la temprana vocación humana para la actividad del ceramista. Utensilios destinados a la cocción, a contener el alimento y la bebida, instrumentos de los actos comunitarios que fundamentan la cotidiana reproducción de la vida, y, por ello, de la celebración y la fiesta. Utensilios destinados luego a portar la ofrenda para los dioses. Utensilios portantes de los dones, urnas para resguardar las cenizas ancestrales… Barro, materia para producir ornamentos, para crear símbolos de dioses o demonios, para configurar las urnas funerarias; plástica corporeidad que permite forjar las imágenes de lo amado o lo sagrado, de la mujer y del hombre, del niño y del viejo, de los animales próximos. Materia para exponer la comunión con el mundo. 

Entre los artistas, ningún otro como el ceramista mantiene en su actividad tan vivo el simbolismo de esa comunión. Cuando se contemplan los objetos creados por Carlos Runcie Tanaka, o cuando se lo escucha sobre su arte, ese pensamiento es el que nos envuelve, el que despierta en nosotros evocaciones, compasión, afectos, el que nos remite a una búsqueda del barro y del fuego como materia y forma de nosotros mismos. Un arte el suyo que gira una vez y otra, de distintas maneras, en torno de la esencial pertenencia del ser humano a la materia de las chacras y las playas, de los desiertos y jardines, de los ríos y mares, próximo al cacto, al pedernal, al granito, a la arena. La intuición de la esencial pertenencia humana a esa unión de la tierra, el agua, el aire y el fuego emerge de esas instalaciones de estelas, donde las superficies lisas y brillantemente cromadas se conjugan con ásperos y grises surcos o grietas, y que se levantan sobre pequeñas dunas… Semejan grafemas de un lenguaje simbólico en el dorso de las estelas: soles, astros, índices del cosmos que guarda en su memoria la arcilla sobre la que el artista ha labrado sus signos, pacientemente, para expandir el sentido, para producir mundo. Imágenes atravesadas por ese anhelo de conjugar lo humano con el cosmos se admiran también en otros artefactos. Ahí están las caracolas llenas de evocación de los espacios marinos… La fuerza de la evocación de lo vivo es tan intensa que no puedo dejar de percibir en cada superficie, en cada hendidura o curvatura, su proximidad a lo orgánico. 

Pero hay algo más: la obra de Runcie Tanaka se abre para evocar generaciones y generaciones de ceramistas. Recobra en un detalle, en una huella que se coloca en la pieza, en un matiz de color, su pertenencia a una tradición que viene de lejos. Tradición del artista del barro y del fuego. Tradición de lo indígena, de lo americano, y tradición de otras raíces, las orientales, lo japonés. Esto no quiere decir que Runcie Tanaka sea un tradicionalista; por el contrario, hay una fuerte inventiva y una vocación de actualidad en su arte. Con enorme sabiduría el ceramista peruano mira hacia la historia de su arte y de su ser, conserva nexos con las culturas que lo alimentan, aprehende en las fuentes de su arte. En ello hay una dedicada atención, una paciente apertura del artista para aprehender formas y símbolos, lo cual le permite un amplio manejo de lenguajes involucrados en la historia de su pueblo, y de los usos y secretos propios del ceramista.

Esa persistencia viva de la tradición conjugada con la actualidad ―una cerámica actual, por su técnica y por el lenguaje plástico, que contenga el pensar que corresponde al destino humano tal como aparece en el presente― devienen en la comunión que provoca la presencia de los objetos artísticos dispuestos por Runcie Tanaka en singulares instalaciones destinadas a construir el entorno propicio a la contemplación de cada artefacto. El entorno contribuye a ello, pues se configura como un hogar. Se habita por minutos en un tiempo que tiene una especial densidad, en una morada de encuentro con el otro para compartir un viejo y renovado saber sobre la unión en el hombre de la tierra, el agua, el aire y el fuego. Una morada fabricada por la mano del artista, que ha pasado gracias a su saber por la prueba del fuego, que se ha vuelto espacio y tiempo humanizado. 

Veo en su don la posición de un artista que coloca el encuentro humano como fundamento de su obrar, que nos resguarda en el corazón de una metáfora ―sus objetos, el espacio de sus instalaciones, nuestra inclusión en ese espacio―, en la pertenencia al barro moldeable, al hogar. No puedo dejar de estremecerme ante esta metáfora de un mundo posible, construido humanamente y con amor al cuerpo mismo de la tierra, que nos entrega el artista peruano, en momentos en que otros fuegos, incontrolados, inhumanos, los del terror, aniquilan su patria, la de nuestro Vallejo, cuando la pasión solo de muerte quiere destruirla como morada para la creación del hombre… Momentos en que la especie parece esmerarse en la destrucción de su hogar, cuando las fuerzas del nihilismo ya no se diseminan solamente a través de ciertas formas filosóficas, sino que se extienden a través del uso irracional de las tecnologías, el desenfreno pragmatista y el cálculo estrecho de la ganancia. 

Arcilla y agua: el barro, materia en extremo moldeable. Un trozo de barro en las manos de inmediato despierta en nosotros la capacidad para crear formas; es por sí mismo un símbolo del poder de metamorfosis contenido en el hombre. ¡Cuánto se logra construir con habilidad e imaginación! El barro, sin embargo, necesita atravesar el fuego para adquirir la consistencia debida a fin de perdurar como útil y como objeto estético. En el color y en el fuego se prueban las habilidades técnicas del ceramista: se trata ahora de una tecnología dominada con disciplina, pero orientada a expresar la fidelidad del artista a su elemento: la tierra y el hombre. Carlos Runcie Tanaka revela este saber en cada uno de sus objetos. Esa es su poesía. Una poesía que guarda los secretos del barro y del fuego en objetos que nos incitan a danzar en un hogar de plenitud, artefactos que nos abren horizontes ilimitados con su carga emotiva. Ha sido una suerte enorme poder aproximarnos a la obra de este artista peruano gracias a las muestras que organizaron el Museo de Arte Moderno de Cuenca y La Galería de Quito, durante los meses de abril y mayo de 1992. Siempre lamentamos la distancia que las fronteras, las demarcaciones políticas estatales, imponen a nuestros pueblos, tan cercanos en sus modos de ser y sentir. Ojalá que la presencia de la obra de Carlos Runcie Tanaka sea desde ahora permanente entre nosotros. El decir de su arte es sin duda profundamente nuestro.