Se sospecha de los intelectuales, de sus disquisiciones. Se sospecha más de los filósofos, inmersos en abstracciones que supuestamente poco o nada tienen que ver con las realidades mundanas. Sospechan científicos, técnicos, artistas, y sobre todo los políticos.
Aquellos que se consideran intelectuales no dejan de preguntarse por su función social.
¿Qué es un intelectual? El uso ambiguo de la palabra hace que se refiera a un haz heterogéneo de acciones que tienen que ver con el entendimiento, el conocimiento, la formación de valores o la crítica.
Las actuales condiciones tecnológicas de la comunicación, las formas que adquiere la cultura del espectáculo, la pérdida consiguiente de densidad cultural y el debilitamiento de la reflexión, exigen una indagación sobre el papel de los intelectuales en las sociedades contemporáneas.
No obstante, hay una actitud que viene de la Ilustración y a la que el intelectual no renuncia aun en nuestra época: la actitud crítica, que introduce en la opinión pública el debate sobre valores, expectativas y formas de convivencia social. El intelectual no puede eximirse de la duda, de la incertidumbre, del necesario escepticismo que llama a examinar creencias, convenciones, ordenamientos jurídicos, éticos, estéticos.
La crítica contribuye a develar las configuraciones del poder en su articulación con los saberes y creencias. Si el ala “liberal” de la crítica destaca la libertad (de pensamiento, de expresión, de opinión) como condición para potenciar la individualidad, el ala “izquierda” inquiere además por la igualdad (no en el sentido de mera “igualdad de oportunidades”, sino de una efectiva igualdad política y social de los individuos).
Todos tenemos “momentos intelectuales” cuando dudamos de nuestras certezas y de modo razonable ponemos en cuestión convicciones, valores o saberes. Pero el intelectual lo hace de modo público.
Frente al intelectual, habría que contraponer al “ideólogo” (del Estado, el partido, la iglesia) que habla a nombre de las instituciones, la nación, la patria, el “proyecto” o “los mercados”. Habla a nombre de verdades incuestionables, de certezas de salvación. El ideólogo no duda, así como el funcionario no puede ejercer la crítica de modo público.
A diferencia de unos y otros, los técnicos resuelven problemas concretos, circunscritos. Devienen tecnócratas cuando tratan de imponer sus esquemas unilaterales sobre la complejidad de lo real, casi siempre al servicio de algún autoritarismo (sea político o económico).
En Ecuador vivimos en una especie de desierto intelectual. Priman los ideólogos sobre los críticos. Hoy, como nunca, se requiere un “tsunami” que barra los estereotipos (de “izquierda” y de “derecha”) y que nos confronte con los nuevos problemas éticos, culturales, políticos, tecno-científicos de hoy.
Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: https://www.elcomercio.com/opinion/intelectuales-1.html