[Reseña publicada en Guaraguao – Revista de Cultura Latinoamericana, Barcelona, España, N.° 68, Otoño 2021]
Noé Jitrik (1928) ha conjugado en su larga trayectoria literaria e intelectual la escritura poética y narrativa, la crítica, la elaboración teórica, las reflexiones semióticas acerca de la conversación, el silencio o el relato. Ha sido un autor prolífico, ha publicado más de una treintena de títulos: novelas, cuentos, poesía, crítica literaria, teoría literaria. Las indagaciones acerca de la escritura y la lectura cobran especial relieve en su trabajo crítico y teórico. Entre los asuntos que ocupan lugar destacado en sus reflexiones están los relacionados con el relato y a la vez con el vínculo entre el signo y su referente, entre las palabras y las cosas.
Fantasmas del saber. Lo que queda de la lectura es un libro que junta el relato con la reflexión sobre la lectura y el lector. Es, en primera instancia, memoria de las experiencias de lectura del autor, desde los inicios de su formación como lector, cuando de niño buscaba la sombra de un muro o las ramas de un árbol para aislarse, para esconderse incluso, y entregarse así a ese encantamiento, a ese extraño placer de imaginar los personajes y las acciones del relato, y a la vez sentir el estremecimiento que provoca esa actividad solitaria.
Fantasmas del saber es una autobiografía intelectual, Jitrik consigna en ella las circunstancias vitales que le llevaron al descubrimiento de autores o de modalidades de escritura que serían decisivas en el curso de su propia escritura. El protagonista del relato que se configura a lo largo de las páginas, en este sentido, es el del lector que pasa de las lecturas infantiles en la biblioteca de Riviera, el pueblo en la provincia de Buenos Aires donde nació, al descubrimiento de Rubén Darío y de la poesía de Borges en la capital argentina, y que luego en París, todavía muy joven, se conmociona con la lectura de Gargantúa y Pantagruel de Rabelais, lectura que le revela el problema de la comprensión del sentido del texto al confrontarlo con una lengua doblemente extraña, el francés del siglo XVI, llevado a significar una imaginación desbordada.
¿Qué queda de una lectura como aquella de Rabelais que emprende Jitrik, qué fantasmas quedan en la memoria del lector de Gargantúa y Pantagruel? “Pero ¿qué entendía? La lectura, toda o cualquiera, deja un residuo, un saber o una imagen o una impresión”, dice Jitrik, quien, para entonces, como asegura, no lo sabía aún, aunque sentía “el impacto de una imaginación prodigiosa”, la de Rabelais.
Es inexplicable cómo encontramos ciertos libros o textos o autores que resultan portadores de conexiones insólitas, que luego se tornan fundamentales en el curso de la reflexión. O que quedan atados entre sí en la memoria, a pesar de la distancia que existe entre ellos, ya sea temática o temporal. Pero esos encuentros inexplicables trazan una ruta que para el lector puede ser decisiva.Por caso, para Jitrik, el encuentro de Gargantúa y Pantagruel se da junto al hallazgo de La part du feu de Blanchot, hasta entonces un autor desconocido para el argentino, en algún quiosco de venta de libros usados a orillas del Sena… Ese libro de Blanchot, cuyo ensayo final lleva por título “La literatura o el derecho a la muerte”, provocaría desconcierto al joven escritor argentino y le “cambiaría la cabeza”:
Después de atravesarlo con esfuerzo, como quien se arrastra por una ciénaga, tuve la enceguecedora impresión de que debía cambiar mi modo de ver el hecho literario, no habría podido decir en qué sentido pero tenía la esperanza de que algo me quedara: la muerte, lo comprendí de a poco, era la “cosa” cuando aparece la palabra que la designa y esa desaparición y lo que la sustituye es el fundamento mismo de la poesía. Puedo decir que todo lo que empecé a pensar en los años siguientes descansa en esa idea que, correlativamente, permite acercarse a lo que está detrás de lo que “se dice”, al secreto de la literatura.
[pp. 38-39]
Jitrik ha destacado el nombre de tres autores que han sido fundamentales para su reflexión sobre la literatura o, más precisamente, sobre la escritura y la lectura, a lo largo de su vasto quehacer crítico y teórico: Eric Auerbach, Roland Barthes y Maurice Blanchot. Tal referencia es un indicio sobre el ámbito de la reflexión de Jitrik, que tiene que ver, desde el punto de vista de la lectura, con lo que “dice” el texto, con lo que conecta al texto con el mundo, la cultura, o con los procesos de escritura y lectura comprendidos en su historicidad. Jitrik distingue estos dos ámbitos para correlacionarlos, la escritura y la lectura, y a ellos ha dedicado varios ensayos. Sobre la lectura, en una entrevista que tuvo lugar una década antes de que apareciera Fantasmas del saber. Lo que queda de la lectura, y a propósito de una pregunta acerca de Pierre Menard, autor del Quijote de Borges, Jitrik contestaba:
Cuando alguien interpreta un texto y cree encontrar ese querer decir desde su propio bagaje, está reescribiéndolo, y eso es lo que dice Pierre Menard. Pero yo quiero ir más allá, llegar a comprender el sentido de lo que se está haciendo en ese acto: no sólo lo que el texto podría decirnos sino la comprensión de lo que se está haciendo cuando uno se acerca al texto, cuando uno lo lee. La lectura tendría así una doble vertiente: la primera, una necesidad de conocimiento de lo que se transmite, y también sujeta a la propia interpretación. Pero hay una segunda etapa, en la que uno entiende qué le sucede cuando está leyendo.
Jorge Ariel Madrazo, “Entrevista a Noé Jitrik: Leer un texto como una música”. Revista Atenea, Concepción 2005, n. 492, pp. 181-195
Fantasmas del saber. Lo que queda de la lectura reflexiona precisamente sobre la conciencia de esta “doble vertiente”. El relato, la autobiografía del lector Jitrik, indaga sobre la constitución de esta consciencia lectora, sobre la formación que proviene de elaboraciones teóricas, sean estas semióticas o filosóficas, pero también la reflexión sobre qué le sucede al lector mientras lee, mientras su vida parece suspenderse para, en soledad, abrirse a un texto que proviene de otro ser humano. Lo cual lleva a Jitrik a meditar sobre la relación entre lector, autor y texto. Esta relación compleja de alguna manera es el núcleo de las reflexiones teóricas a las que ha consagrado Jitrik gran parte de su larga actividad intelectual. Y también es uno de los hilos que conducen el relato autobiográfico.
En este plano del relato autobiográfico resulta obvio que se anote la incidencia de la lectura en el lector, en su vida. “[S]i leer no problematiza, con la cuota de extrañeza e incomodidad que a veces comporta, no es leer realmente, en la medida, por otra parte, que todas las lecturas proponen, sugieren o imponen algún cambio” (p. 77). En varias ocasiones, sea en sus ensayos o en sus cursos académicos, Noé Jitrik ha expresado que “los escritores son asesinos”. Esta afirmación proviene de su interpretación del ya mencionado ensayo de Blanchot, “La literatura o el derecho a la muerte”. Quizás al insistir hacia el final de su libro en esta afirmación, Jitrik nos proponga una clave para interpretar por qué toda lectura, a la vez que nos deja ciertos saberes, que incluso provocan cambios significativos en la vida de cada lector, dejan a su vez una secuela de fantasmas (aquellos que han sido “asesinados”, y tal vez se podría añadir, consumidos “canibalísticamente” en la escritura), que solamente pueden conectarse entre ellos en el relato autobiográfico. Como lo ha hecho con su singular sabiduría el escritor argentino.