Ahora, según nos dicen, también nuestras Torres Gemelas, nuestro Pentágono, la estación de Chimbacalle o la Nariz del Diablo se han vuelto objetivos de los “terroristas”. Suben desde lo que en el imaginario urbano todavía es selva para sabotear los avances del “tren de la historia”.
¿Qué tienen en común, se preguntará usted, lector o lectora, Pepe Acacho y Bin Laden, los shuar con Al Qaeda? No espere respuesta, por supuesto, de los “cuatro seudo intelectuales” que osan disentir. No busque en Google. Debe saberlo algún recio intelectual del Régimen, que quizá ayer no más recitaba que la violencia era la partera de la historia.
¿Qué tienen en común Mashiant y los terroristas rusos que atentaban contra el zar en el siglo XIX? Deben saberlo los que ayer no más vivían minutos de entusiasmo con el coctel molotov en la mano o los recios intelectuales del régimen que aplaudían a su venerado poeta cuando se declaraba “dinamitero de palabras”. Porque había que hacer volar por el aire el sistema, por supuesto.
Tal vez se trate, en el fondo, de lo que los neocon de Bush llamaban “conflicto de civilizaciones”. Quizás esos shuar no entiendan lo que es el progreso, es decir, el avance que impone la propiedad capitalista, estatal y privada, sobre el agua, el subsuelo, la flora y la fauna de la Amazonía. Quizás todavía crean que la selva fue de sus ancestros, que la Constitución proclama que este es un Estado plurinacional y que tendrían que contar con ellos para decidir el futuro. ¡Vaya sabotaje al “Proyecto”!
¿Serán fundamentalistas esos shuar que nos amenazan? No pregunte usted a ecologistas infantiles, sino a los que maduraron y hoy planifican el Sumak Kawsay. En todo caso, ya están para detener a los demonios los consecuentes jacobinos que se juegan por el “Proyecto”. Alguno de ellos bien podría proclamar hoy que “El revolucionario (‘) no tiene intereses propios, ni causas propias, ni sentimientos, ni hábitos, ni propiedades; no tiene ni siquiera un nombre. Todo en él está absorbido por un único y exclusivo interés, por un solo pensamiento, por una sola pasión: la revolución”.
Mas eso lo dijo Néchaiev, el burdo terrorista ruso del siglo XIX que asustó al mismísimo demonio Bakunin e inspiró a Dostoievski su gran novela sobre el nihilismo’ Ya no se trata del nihilismo, por supuesto. Se trata del orden que requiere el “Proyecto”, es decir, la minería, la extracción de petróleo y las autopistas. Y para proteger el orden y el “Proyecto” ahí están los jacobinos junto a los neocon del Régimen, ejerciendo el “monopolio legítimo” de la violencia. ¿Será hasta el punto de, si lo consideran necesario, imponernos el terror de Estado?
Ah, cuando los “revolucionarios” maduran y cumplen sus sueños de tomarse el poder. De treparse al poder.
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