Libertad de expresión

Contra cualquier intento encaminado a establecer la censura o a cercenar las libertades de pensamiento y expresión, contra procedimientos que corrompen la administración de justicia al someterla al interés privado del gobernante de turno, contra las manipulaciones del sentimiento patriótico a que se recurre cuando llueven las críticas externas a un ejercicio arbitrario del poder político, hay que levantar la voz con firmeza y dignidad.

Victorias pírricas (contra la “prensa corrupta”, por ejemplo), que levantan ruido y polvareda, a menudo sirven para tapar otras realidades. Corren voces de ex participantes de la revolución ciudadana que denuncian que “algo huele a podrido”, y no precisamente en Dinamarca. ¿Será solo el cadáver de tal “revolución”?

Las libertades de pensamiento, expresión y circulación de ideas constituyen un “nudo gordiano” para cierta “izquierda”. Desde la oposición, lucha por esas libertades; desde el poder, las suprime en nombre de los “grandes fines”.

Hoy no es posible reflexionar sobre los medios de comunicación al margen del control tecnocrático sobre la vida y la propiedad. “Es inevitable que la moderna técnica de comunicación conduzca a una poderosa manipulación de los espíritus. Es posible dirigir una opinión pública planificadamente en determinada dirección o influir en ella para que adopte determinadas decisiones. La propiedad de los medios es pues lo decisivo”. Esto decía Gadamer, filósofo “conservador” preocupado por el diálogo y el consenso, en 1974.

La Constitución consigna una serie de derechos relativos a la información, la comunicación y la libertad de expresión. Establece que se facilitará la creación y el fortalecimiento de medios públicos, privados y comunitarios y prohíbe el oligopolio o monopolio de la propiedad de los medios.

Pero, ¿qué es un medio público? ¿Es legítima la apropiación por parte del gobierno o su partido de los medios públicos? ¿En nombre de qué principio revolucionario cabe el monopolio de la palabra por parte de un caudillo o un aparato de partido? ¿En nombre de qué idea revolucionaria cabe aceptar el control de Internet o el espionaje de los mensajes privados? Ciertos intelectuales de izquierda que adhieren a poderes surgidos de revoluciones o simplemente del populismo, terminan de comisarios y censores. No son libres, están enajenados al “proyecto” y sometidos al caudillo. Aplauden la voz única, y hasta el espionaje. Es igualmente condenable la manipulación de espíritus que surge de “oligopolios privados” de la información. De ahí la importancia que para la democracia tienen el debate sobre la censura y la defensa de la libertad de pensamiento, de expresión y circulación de las ideas en cualquier circunstancia.


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