La prohibición

Las democracias liberales parecen llevar dentro de sí su negación, la posibilidad de la dictadura, la ruptura de la separación de poderes, la concentración del poder en el ejecutivo. El “estado de excepción”, esa ley que suspende la ley, que suspende los derechos individuales, siempre está a mano ante la “necesidad”, el peligro, la guerra o la catástrofe. La democracia plebiscitaria puede servir para el mismo fin; a nombre de la ficción de soberanía popular, se pueden suspender los principios del republicanismo moderno.

A la mentalidad autoritaria no le basta con concentrar el poder, controlar los aparatos legislativo y judicial, sino que intenta extender la vigilancia policial al ámbito de las costumbres y la moral. Que se quiera reformar estas a través de plebiscito, es desde luego insólito. Pero no es una mera cortina de humo para hacernos tragar las gruesas ruedas del referéndum; es la sombra de moralina que acompaña al autoritarismo.

Sorprende el elemental conocimiento de la condición humana que tienen ciertos “moralistas” que quisieran imponernos el aburrimiento como forma de vida. La prohibición de juegos de azar, de riñas de gallos, el establecimiento de la censura bajo pretexto de prohibir la pornografía y la exhibición de escenas violentas, no son novedosas.

Las consecuencias de esas prohibiciones fueron siempre desastrosas. La XVIII Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos (1919-1933) impuso la prohibición del alcohol, y así dio inicio al contrabando, al crimen organizado, a Al Capone y sus semejantes. ¿Acaso no hemos visto “Los intocables”?

Clifford Geertz dedica uno de sus brillantes ensayos etnológicos a la pelea de gallos en Bali, a la que llama “juego profundo”. El antropólogo y su esposa eran invisibles, meros espectros, hasta que asistieron a la prohibida riña de gallos y compartieron con los aldeanos la persecución de la policía. La pelea de gallos era tanto un juego complejo y profundo de relaciones comunitarias como un modo de resistencia al poder despótico.

Los jóvenes rebeldes de Mayo del 68 pintaban en las calles de París una consigna: ¡Prohibido prohibir! Consigna anarquista, sin duda, pero que ha acompañado a los avances en materia de libertad individual en estas décadas.

Hoy, si cabe una consulta, tendría que ir en dirección contraria a la impuesta por la moralina autoritaria: ¿por qué no pronunciarnos sobre si el Estado debería sustentar y proponer al mundo levantar la prohibición sobre las drogas, que crea mafias, genera guerras, negocios turbios, crímenes brutales? Que la lucha contra las drogas sea asunto de educación y salud pública.

Al votar en mayo, imagino cómo les temblará la mano a ciertos piadosos izquierdistas de hoy, que todavía se entusiasman con Sabina y con Serrat. ¿O votarán NO?


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