A Bolívar Echeverría, in memoriam
El “socialismo realmente existente” llegaba a su fin a través de la agonía de la “perestroika”, se derrumbaban el Muro de Berlín y el imperio soviético, el Estado social o de bienestar se desplomaba en Europa occidental, y el neoliberalismo en su versión más anárquica parecía imponerse como conclusión de la historia, cuando Bolívar Echeverría, a contracorriente de los hechos fácticos, elaboraba sus 15 tesis sobre “Modernidad y capitalismo” (1987-1991), que junto a su complemento, la comprensión de lo barroco como un modo de ser de lo moderno (un ethos), constituyen la cúspide de su pensamiento.
Las 15 tesis, a semejanza de las “Tesis sobre la Historia” de Walter Benjamin, pueden parecer una obra fuera de lugar: ¿no estaba acaso agonizando la alternativa comunista frente a la modernidad capitalista? ¿No era evidente que había triunfado una forma de concreción histórica que se manifestaba en una norte-americanización del mundo de la vida? ¿No habían sido derrotados el movimiento obrero y la rebelión del 68? ¿A qué venía esa insistencia en la crítica de Marx a la enajenación social propia del capitalismo?
Pero es ese aparente estar “fuera de lugar”, esa condición “extemporánea”, lo que dota a las tesis de una incisiva intervención “política” desde el campo de la teoría. A diferencia de muchos izquierdistas que se subsumieron en la nostalgia de la “revolución” derrotada, o derivaron en el delirio de creer que cualquier populismo nacionalista era el recomienzo de la revolución mundial, o simplemente se acomodaron dentro de la “realpolitik”, Echeverría asumió el reto de pensar a contracorriente en medio del peligro ―pues el peligro de la catástrofe total no ha dejado de amenazar a la humanidad y a la Tierra.
En su segunda tesis, en la que se escuchan los ecos de Benjamin, Echeverría señala la dimensión crítica desde la cual piensa la crisis de nuestra época: “Ningún discurso que aspire a decir algo de interés sobre la vida contemporánea puede prescindir de la dimensión crítica. (…) El lomo de la continuidad histórica ofrece una línea impecable al tacto y a la vista; pero oculta cicatrices, restos de miembros mutilados e incluso heridas aún sangrantes que sólo se muestran cuando la mano o la mirada que pasan sobre él lo hacen a contrapelo. (…) Mostrar que lo que es no tiene más ‘derecho a ser’ que lo que no fue pero pudo ser; que por debajo del proyecto establecido de modernidad, las oportunidades para un proyecto alternativo ―más adecuado a las posibilidades de afirmación total de la vida, que ella tiene en su esencia― no se han agotado todavía.”
El gesto de Echeverría, este volverse hacia Benjamin, que se reitera en su traducción y publicación de las Tesis sobre la historia, cobra especial vigencia en esta “vuelta de siglo”, pues asume un modo de concebir el tiempo y la historia a contracorriente del historicismo, del progresismo, del racionalismo instrumental, del humanismo en su versión moderna. Es un modo de concebir la historia que redime aquello que en el pasado ha sido arrasado por el huracán del progreso, pero que abre en el presente una posibilidad alternativa frente a la modernidad capitalista.
Lo que está en juego no es entonces la mera posibilidad de interpretación diferente de los hechos o de su sucesión (progresiva) en el tiempo “homogéneo y vacío” ―el lomo del continuo del tiempo forjado por el historicismo y por las versiones socialdemócrata y bolchevique del marxismo (Benjamin)― sino una forma por completo diferente de considerar el tiempo histórico. La concepción lineal del tiempo homogéneo y vacío se articula con el tiempo abstracto propio del cálculo del valor, y por consiguiente de la acumulación capitalista. Si el tiempo histórico se redujera a esa flecha ―finalmente el progreso de lo mismo a pesar de sus sombras y sus noches, largas o cortas― no habría alternativa alguna ante el despliegue sin término de la modernidad capitalista, que además se ha globalizado subsumiendo las otras formas sociales. El Ángel de la Historia seguiría siendo arrojado sin término por el huracán del progreso, de espaldas al futuro, y miraría siempre hacia las ruinas del pasado, hacia la catástrofe creciente.
Sin embargo, la mirada “a contrapelo” permite ver en las cicatrices, en las ruinas del pasado, las posibilidades no realizadas, o realizadas solo parcialmente y luego aniquiladas, de otras formas alternativas de sociabilidad. Entre las cicatrices están las huellas de las víctimas de despotismos, expoliaciones y derrotas del pasado. Benjamin apela en sus Tesis a la distinción entre “mesianismo” y “utopía”. Lo que caracteriza al progresismo occidental es la utopía: el presente tiene sentido por los fines que se alcanzarán en el futuro. El mesianismo, de origen judío, más bien “oriental”, redimiría a las víctimas del pasado.
Si Echeverría explora el mundo barroco es para desentrañar en las formas históricas efectivas de la modernidad capitalista (sobre todo en América Latina) las posibilidades que pudieran sustentar otro modo de modernidad, no sujeto al capitalismo. Por tanto, no se trata de proponer ni el cumplimiento del proyecto de una modernidad aún inacabada, ni el abandono “cínico” a los hechos evanescentes de una supuesta nueva forma “posmoderna”, y todavía menos de una nostalgia por un pasado ―o un futuro― edénico, sino de insistir en la crítica y en una opción que apele a la mutua implicación de mesianismo y utopía, que transforme a una y otra forma de apertura de posibilidades en el presente frente a la catástrofe permanente que implica la forma capitalista de la modernidad.
Echeverría sostuvo con singular entereza, en medio de la adversidad de nuestra época, esta modalidad de lo que tal vez podríamos llamar “principio esperanza” (más cercano a Benjamin que a Bloch, otro de los pensadores que sin duda vuelve a nosotros en esta “vuelta de siglo”), y le debemos que en esa apertura de posibilidades alternativas haya calado hondo en nuestra propia configuración histórica.
[Publicado originalmente en la revista Trashumante (I), No 6. 2010.]