A inicios del siglo pasado, Lenin escribió”¿Qué hacer?”, un panfleto sobre la revolución y su instrumento, el partido de conspiradores profesionales surgidos del medio intelectual que debían dirigir a la clase obrera hacia la toma del poder. Rusia era una caldera social y a la vez vivía una explosión cultural asombrosa. Más tarde escribió otro panfleto para confrontar a los extremistas, “El izquierdismo, la enfermedad infantil del comunismo”.
En el 68, Cohn-Bendit, hoy “verde” y parlamentario europeo, acometió contra los comunistas franceses, ya acomodados al sistema, con “El comunismo, la enfermedad senil del izquierdismo”. Bastaba dirigir la mirada hacia la URSS de Brezhnev para advertir la senilidad, pero había quienes recobraban el aliento juvenil en la China de Mao o la Cuba de Castro. Desde ahí soñaban con tomarse el poder a través de guerras y guerrillas que acabarían con el imperialismo yanqui.
Otra izquierda, parlamentaria y sindicalista, había actuado para insertarse en instituciones estatales e impulsar reformas, en lo que se ha llamado “estado de bienestar”. El sueño de anarquistas y comunistas del siglo XIX de acabar con el Estado se fue transformado en la obsesión por la toma del poder. El asalto a los palacios de inviernos de los imperios poco a poco vino a dar en pactos parlamentarios, y hasta en el lobby de grandes intereses.
Puede parecer incluso cuestión de edad: en la juventud, revolucionarios; en la madurez, reformistas parlamentarios; en la vejez, conformistas. Vemos a socialistas europeos que arremeten contra conquistas sociales para salvar a bancos, y encima pierden a su electorado. En América Latina, algunos caudillos populistas asustan a los mercados con su “izquierdismo”, pero para ganar las elecciones se apresuran a decir que no impulsarán ningún cambio radical. Las revoluciones apenas hacen mella a los grandes capitales. Habría que preguntarse el sentido que hoy tienen palabras como revolución, izquierda, radicalismo. ¿Qué tiene de revolucionaria la “revolución ciudadana”? ¿Qué son el “socialismo” de Chávez o el “izquierdismo” que se atribuye a Humala? ¿No resulta una contradicción que el Partido Comunista impulse la expansión capitalista de China?
Julio Echeverría decía en artículo reciente que los “indignados” españoles, portugueses y griegos no ofrecían alternativa. ¿Acaso deben preguntarse “qué hacer” también ellos? ¿Qué partido, qué programa de gobierno?
Así como hay una izquierda senil que se acomoda en el poder del Estado, hay desde luego una infantil. Pero los de aquella deberían tener presente la etimología de “infante”: el que no habla… Quizás en esa imposibilidad de discurso se deba advertir el fin de cierta forma moderna de “hacer” la política.
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