Por Miguel Molina Díaz. Publicado el Sábado 14 de noviembre de 2015 en el Diario La República, Ecuador.
Hablar con Iván Carvajal (San Gabriel, 1948) es abrir las puertas de la filosofía y usarla como medio para confrontar la realidad, la sociedad, el individuo y, sobre todo, la poesía. Considerado por muchos el poeta vivo de mayor trascendencia en el Ecuador, Carvajal se ve a sí mismo como un intelectual, es decir, como quién asume la “actitud de reflexionar sobre las condiciones de la convivencia humana y sobre los distintos aspectos de la vida social”.
El pasado jueves La Caracola Editores lanzó, en el Centro Cultural Benjamín Carrión, una compilación de la toda obra poética de Carvajal. En el conservatorio con el autor participaron los críticos literarios Yanko Molina y Karina Marín.
Carvajal comenzó a escribir versos en la adolescencia. Alrededor de sus veinte años entendió que el poema demandaba mucho más que la musicalidad y la rima. Es de los poetas que no apresuran publicaciones y cuyos libros son el resultado de años de trabajo. Algunos de sus textos, como “Los amantes de Sumpa” y “La ofrenda del cerezo”, son considerados poemas de culto.
Hoy vive entre México y Ecuador y dedica su tiempo a uno de los mayores placeres humanos: la lectura.
– ¿Cuál es el sentido de reunir su poesía en un sólo tomo, después de tantos años de silencio respecto de sus publicaciones de poesía?
– La edición de este libro, que recoge mi poesía escrita y publicada entre 1970 y 2004 (año en que aparece en Barcelona mi último libro de poemas, La casa del furor), responde a una doble demanda, de una parte externa, pues la mayor parte de los libros y plaquetas están agotados desde hace algún tiempo, y de otra, como dice Antonio Colinas a propósito de la publicación de su Poesía completa, la exigencia de dar continuidad a la obra, de darle apertura. ¿Por qué se me plantea esta exigencia como algo personal, como una responsabilidad ante mi obra poética, ante esos poemas (si es que son poemas)? Ello obedece ya en concreto a que soy un poeta ecuatoriano, además, como usted conoce, ajeno a cualquier compromiso con los poderes, las instituciones del aparato cultural del Estado. Si el propio poeta no asume la responsabilidad de dar continuidad a los poemas que ha escrito y publicado, en este país difícilmente se encontrará la circunstancia para que otros tomen a su cargo tal exigencia de la obra poética. Es decir, de no hacerlo ahora, yo estaría aceptando sin más la desaparición de esos textos.
– Su trayectoria como poeta es larga y rica. ¿Cómo ve en retrospectiva su obra poética?
– Mi mirada, en este caso, está demasiado comprometida como para traducirse en comentario crítico. Si me he empeñado en la edición de este libro, contando para ello con la invalorable colaboración de mis amigos de La Caracola y de Carlos Reyes Ignatov, es porque creo que hay ahí textos que aún cabe ponerlos ante algún lector, ante alguna lectora. Con esta edición digo un adiós definitivo a esos textos, a esos poemas (si es que son poemas). Ahí está una parte muy rica de mi existencia, de sufrimiento y gozo, mucho afán. Ya no me pertenecen en absoluto estos textos, estos poemas. Solo he querido darles una apertura. Me guardaré mucho de expresar lo que yo veo ahora en esos poemas. Sería impúdico pronunciar un juicio sobre ellos.
– Gil de Biedma, Rimbaud y otros dejaron de escribir, quizá, cuando sintieron que dijeron lo que debían. ¿Le llegó ese momento o todavía no?
– Haría una observación sobre la pregunta: me parece que parte de una consideración del poema como expresión de la subjetividad, incluso de la personalidad del poeta: sus experiencias vitales, sus sentimientos, sus emociones, su pensamiento, sus deseos, sus ideales. No pienso que el poema sea una expresión del sujeto, de la personalidad, de la biografía. Más bien es un encuentro singular que se da, en el ámbito del lenguaje, entre el individuo (que se es en ese instante) y el mundo, que irrumpe como la alteridad múltiple. En algún sentido, es un dictado que viene desde el ser múltiple, en constante metamorfosis. No se interprete esto de una manera mística, es algo físico, corporal, una semiosis si se quiere. Por tanto, lo que se tiene que decir, lo dice el poema. Ahora bien, si lo que quiere preguntarme usted se dirige a conocer si todavía Carvajal escribirá algún poema, fíjese usted que es imposible saberlo, yo no puedo saber. No es algo que obedezca al deseo de escribir, a la voluntad, a alguna obligación, y menos todavía (ya que vivimos en una sociedad sumida en los planes y las programaciones) a una premeditación.
Discúlpeme aquí una digresión. Tal vez sea el peso de la ideología, con sus estereotipos (productividad, eficiencia, labor) el que nos lleva a estas inquisiciones sobre lo que se espera que alguien haga o deje de hacer en ámbitos como este, el de la poesía, del arte. Como si se tratase de tareas a cumplir, o tareas que ya han acabado. Creo que siempre debemos estar en guardia contra esta ideología. Fíjese usted cómo en estos días los ideólogos del poder económico (los neolibeales y los estatistas) discuten si ha habido demasiado gasto o si el despilfarro ha sido inversión. Hay que invertir los términos de la ideología: la poesía, las artes, las expresiones estéticas no sujetas a las reglas del mercado, como las experiencias amatorias, como el erotismo, o como el misticismo, son puro gasto, gasto de energía, gasto “inútil”, improductivo. Yo digo que debemos liberarnos en lo posible de la esclavitud que nos mantiene laboriosos, produciendo “progreso”, “desarrollo”, con todas las implicaciones de destrucción de la vida, de devastación. No confundamos el gasto improductivo, fundamental para la vida, ni con el saqueo, con el robo (sobreprecios en las obras, coimas), ni con la expansión innecesaria de la burocracia. Debemos seguir luchando por tener menos horas de trabajo y más de disfrute. Más de ocio. Es en las horas de ocio, dedicadas al gasto improductivo en estricto rigor, cuando vienen los poemas, las canciones, las obras artísticas, el amor. Ahora yo me he librado de la labor, tengo mucho tiempo para el ocio. Esa es una condición que favorece la lectura, la escritura. Sin embargo, el poema llega intempestivamente. No sé si volveré a escribir poemas, sí se que seguiré escribiendo.
– ¿El poeta, en su ejercicio con el lenguaje, persigue el silencio?
– No pienso que el poeta, es decir, quien escribe el poema, persiga el silencio. El poema, eso sí, está rodeado de silencio. El poeta se acoge a un ámbito silencioso en espera del poema, cuando este se anuncia como un ritmo sentido en las entrañas, como un movimiento interno, como inquietud. Persigue un verso, una sucesión de versos, el poema. Tensa el arco y lanza la flecha. Tal vez llegue el poema. En relación con el poema, “lo demás es silencio”. No me propongo ni deseo alcanzar el silencio, no soy ni eremita ni derviche. El silencio total es la muerte que siempre nos rodea, que nos espera. Ojalá, eso sí, alcance serenidad en este otoño de mi existencia.
– Iván, ¿cuál es el estado de la poesía ecuatoriana?
– Yo cuestiono mucho la existencia de una poesía ecuatoriana, lo que yo sostengo es que existen poetas ecuatorianos y como tales entran en correspondencia con lo que son las tendencias de la poesía hispanoamericana y sus distintos momentos. El Ecuador es un país muy débil dentro del contexto internacional, y en el caso de la literatura se suele ignorar lo que pasa con los ecuatorianos.
– ¿Qué pasa con los poetas ecuatorianos?
– En la actualidad hay algunos poetas de mi generación que continúan publicando como Alexis Naranjo, Javier Ponce, Humberto Vinueza, o Mario Campaña. Existe ese grupo de poetas que están en torno a los 35 o 40 años, un grupo notable, en el que están Juan José Rodríguez, Marcelo Báez, Ernesto Carrión, César Carrión, Luis Carlos Mussó, Cristóbal Zapata, Santiago Vizcaíno, entre otros. Estos son poetas muy interesantes, han escrito poemas realmente notables. De tal manera que yo diría que estamos en un momento en que hay obra poética significativa en el caso de los escritores ecuatorianos.
– ¿El neobarroco es parte de nuestra tradición poética?
– Hay ciertas tendencias que predominan durante un determinado periodo, por ejemplo, en mi generación había una fuerte presencia de la poesía conversacional. Hay poetas que tomaron su impulso de lo que a partir de Nicanor Parra se llamó la antipoesía, estoy pensando por ejemplo en Humberto Vinueza. Pero la poesía conversacional como tal impregnó a mi generación, no solamente en el Ecuador, sino en América Latina. Poetas que comenzaron a escribir en los sesenta están muy marcados por esa presencia de lo conversacional, pero eso no quiere decir que la forma de asumir lo conversacional sea semejante, fijémonos que nos remontábamos a poetas como Elliot o Pound para retomar ese hilo. Ahora puede estar pasando lo mismo con eso que se llama el neobarroco en estos jóvenes poetas.
– Parecería que en nuestra poesía se inscribe una gran cantidad de estéticas. ¿La idea de estética es ahora más difusa?
– La estética es un término muy difuso que comenzó a utilizarse en el siglo XVIII. Tiene al menos tres facetas, por un lado lo que tiene que ver con la belleza, con el arte como lo bello y, en consecuencia, las reflexiones filosóficas sobre lo bello. Por otro lado, alude a la sensibilidad. Está, por otra parte, cuanto tiene que ver con la configuración, con el aspecto de artificio que tiene la obra artística. En el siglo XX tenemos una explosión general de las artes con las vanguardias y se incorporan elementos que ya no tienen que ver con lo bello sino con lo sublime, lo terrible, lo siniestro, la fealdad o el asco, distintos elementos que entran a jugar en la configuración del arte. Yo creo que eso hace que en el siglo XX hayamos pasado a otra forma de comprender la relación del arte y este concepto de belleza queda al margen de las consideraciones filosóficas de los artistas. Ya no se busca la belleza.
– En cuanto a la evolución de las manifestaciones artísticas, ¿cómo comprender lo que Vargas Llosa denomina la civilización del espectáculo?
– Yo tengo inquietudes serias con respecto al texto de Vargas Llosa. La cultura del espectáculo es algo que ya está implícito e incluso en manifestaciones como las del fascismo y el nazismo, que utilizaron lo espectacular como elementos de la política. Por eso Walter Benjamin dice que estetizan la política, mientras del otro lado habría que plantear la politización de la estética. Y quizás viene de siglos anteriores, en algunas manifestaciones, por ejemplo, las del siglo XVIII. Pensemos en Haendel y su Música del Agua que se representa de una manera espectacular en el Támesis o su Música para los Reales Juegos Artificiales, con la parafernalia de la representación en Green Park. Pero ahora el problema es que lo espectacular se va tomando todos los registros de la construcción estética y de la configuración artística. La ópera ya era bastante espectacular. Ese intento de arte total de Wagner que a Nietzsche le eriza los pelos: el filósofo alemán fue quizás el primero en confrontar esa concepción artística espectacular, ese tipo de espectáculos mediáticos.
– En ese sentido, ¿cómo entender las lecturas de poesía?
– Tengo enorme reservas respecto de las lecturas, y más de las colectivas, desconfío de la parafernalia que implican los festivales, por ejemplo. No es que no participe en lecturas, personales o colectivas, pero intento hacerlo lo menos posible. Las lecturas dependen de otros factores, por ejemplo, de cómo impactaron al público los recursos dramáticos o teatrales, la “recitación”, que son más bien ajenos al poema. El poema no requiere esa puesta en escena, a veces escandalosa.
– ¿Cuál es el peligro que nos trae esta cultura del espectáculo?
– El punto es justamente ese: destacar este giro empobrecedor de la expresión cultural que a menudo conlleva el entretenimiento y que tiene connotaciones políticas muy amplias, antidemocráticas, coercitivas de la posibilidad del diálogo. Eso preocupa, frente a esa tendencia creo que es necesario hacerse cargo de la cuestión que llama a un detenimiento, que interroga sobra la existencia humana, y que es más propia de la tradición artística. Debería preocuparnos esa pérdida del sentido concitador de pensamiento.
– En ese sentido, ¿el papel del poeta tiene todavía alguna incidencia en el devenir histórico?
– Habría que atender a otra distinción. En la época moderna la figura del intelectual estaba asociada al filósofo y luego, a partir del siglo XIX, tiene que ver con la actitud de reflexionar sobre las condiciones de la convivencia humana y sobre los distintos aspectos de la vida social. El artista no es intelectual en ese sentido, no hace esa reflexión, en una novela no se reflexiona sobre los personajes, una novela despliega situaciones que ponen a los personajes en su drama, en su tragedia. Lo mismo pasa con el arte dramático y con el cine artístico. En el caso del poeta, lo que hace es poner la subjetividad abiertamente en juego con sus fragmentaciones y sus decisiones.
– ¿Y qué pasa con el intelectual?
Vivimos el fin de la época de los intelectuales. Están siendo reemplazados por los tecnócratas. Este grupo de asesores, investigadores y consultores, los think-tanks que inventaron los norteamericanos.
– En una suerte de adivinación, ¿cómo será el mundo bajo la tecnocracia?
– Ahí el gran problema que se advierte el la pérdida del sentido político-democrático.
– Volviendo a la poesía, ¿frente al poder el poeta tiene alguna responsabilidad?
– Frente al poder el poeta debe tener una autonomía total. El poeta en el momento que escribe, por más que sea funcionario público, debe ausentarse por completo del poder. Y mientras más fuerte es la autonomía frente al poder más fuerte es la poesía.
– ¿Y el sustento de los poetas?
– Uno puede ser poeta y funcionario de un banco o de una empresa de seguros, como Eliot o Wallace Stevens… Ahora, ¿qué es lo que pasa con quienes intervienen en política? Pueden caer en la contradicción, en el doble discurso, en el absurdo de justificar lo injustificable. Mientras estuvieron en la posición crítica, defendían determinados principios, y luego, como funcionarios públicos, tienen que callarse y tienen que decir el discurso oficial, esa es la contradicción que se advierte. No entiendo como vivirán, porque a mí me sería imposible mantener una contradicción tan grande. Pero no es una contradicción entre el poeta y el funcionario, sino entre el funcionario y los principios políticos que dice sostener. Ahora, eso en qué medida afecta o no al poeta se verá en cada caso de manera singular. Un poeta puede ser incluso un asaltante de caminos y ladrón como François Villon, que fue uno de los grandes poetas de la historia de la humanidad. O un “parásito social”, como fue acusado el poeta ruso Joseph Brodsky.
– Para profundizar más en los temas de la poesía y frente a la banalización de su concepto, le pregunto a usted, en su calidad de poeta y académico, ¿qué es el poema?
– El poema implica, aunque sea de un solo verso, una estructura literaria cerrada, unitaria en su conjunto, que tiene elementos temáticos, imágenes y que juega con el lenguaje para abrir la significación de las palabras y que, además, lo encontramos en medio de un espacio blanco y vemos que tiene sentido.
– Lo cual no es lo mismo que el verso…
– El verso es una construcción de las palabras que tiene una determinada entonación, un determinado número de sílabas o una determinada disposición de los acentos para que haya musicalidad. Rubén Darío a los hispanoamericanos nos legó una herencia maravillosa: la posibilidad de escribir versos de distintas métricas y combinarlos. Desde el siglo XX trabajamos, pese a que se siguen haciendo versos métricos o poemas que conservan la métrica, el verso libre, con un ritmo de otra naturaleza, pues este tiene que ver con ciertos procesos que buscan plasmar la imagen. En todo caso, como sea, siempre hay que atender al aspecto de la respiración en el poema, de la dicción, mucho más que en la prosa.
– ¿Y cómo viene la poesía?
– En mi caso he tenido periodos de intensidad de escritura y estos siempre han requerido ciertas condiciones especiales, por ejemplo, la posibilidad de estar absolutamente solo. Necesito un total aislamiento.
– Iván, ¿cuál es el sentido de la poesía en nuestro tiempo y en nuestra sociedad?
– El poeta se juega en una relación consigo mismo, es decir, no hay actividad que demande tanto rigor –quizás sea semejante el caso de los matemáticos o de los filósofos–, una total concentración y una altísima responsabilidad personal frente el poema que se está escribiendo, pues se pone todo en juego para que este se concrete artísticamente. Sin embargo, a lo mejor el poeta no tendrá lectores o tendrá un puñadito de lectores. Pero bueno, Stephen Hawkins ha dicho que la humanidad solo se salvará si salimos de la Tierra en el siguiente milenio. Para darnos cuenta del sentido trágico de esta profecía del físico inglés, tenemos que pensar que el cristianismo tiene dos milenios, la filosofía dos y medio, la literatura cuatro como mucho si nos vamos hasta el Poema de Gilgamesh, las pirámides seis, pero es un milenio, o sea bastante menos, con lo que cuenta la humanidad para salir de la Tierra. Es decir, uno hace una cosa porque le interesa profundamente y porque en eso se realiza la dimensión fundamental de su vida al plasmar ahí su potencialidad, la fuerza vital contenida en su individualidad. Yo creo que ese es el sentido de la actividad del poeta: escribimos un poema, podemos meterlo en una botella y lanzarlo al mar. Si hay alguien por ahí que lo recoja y lo lea, bien. Lo importante es que escribimos el poema. Y que ponemos en su escritura la totalidad de nuestro ser.