Idolatrías

En el ‘El Pensamiento Salvaje’, publicado hace cincuenta años, Claude Lévi-Strauss reivindicó el mito frente a la tradición ilustrada y positivista, que había visto en aquel solo error, fábula e irracionalidad. El antropólogo francés puso en evidencia el sistema de causalidad implícito y el determinismo de las narraciones míticas.

Tal reivindicación del mito se daba, sin embargo, en el contexto de una disciplina científica, la etnología. El mito era cosa de las sociedades “primitivas”, premodernas. Ya Francis Bacon, el filósofo contemporáneo de Galileo, había planteado la superación de los “ídolos” como premisa de una nueva forma de pensar.

La modernidad, a través del pensamiento científico y el racionalismo, lo habían constatado Nietzsche y Max Weber, habría llevado a cabo la desmitificación de la realidad. Dios había muerto para el hombre moderno, el desencantamiento del mundo terminaba en la racionalidad burocrática del Estado. Si las ciencias naturales no requerían de la hipótesis de Dios, menos aún la explicación de los fenómenos necesitaba de la intervención de fuerzas demoníacas y por tanto de relatos míticos.

En la vida cotidiana, a contracorriente del avance del racionalismo científico, los seres humanos no dejamos de acudir a explicaciones mágicas y narraciones míticas. Nos aferramos a la astrología, al horóscopo, a imágenes de santos, a la rueda del karma, es decir, a fragmentos de narraciones y prácticas mágicas y míticas que ya no engloban a la totalidad de una comunidad.

Más allá de estas creencias a las que recurrimos en la vida cotidiana, habría que preguntarse qué significa la frase de Nietzsche “Dios ha muerto”, qué implicaciones tiene el “desencantamiento” del mundo constatado por Weber. ¿Acaso no pesan sobre nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, herederos de la dismitificación del mundo moderno, nuevas idolatrías que tal vez sean la consecuencia de ese racionalismo?

¿Cómo explicarse, por caso, la veneración de la que dan muestra los políticos europeos ante el dios Mercado? ¿O la semejante idolatría de aquellos que rinden culto al dios Estado? ¡El dios Mercado da signos de “intranquilidad”, y los políticos, los sacerdotes del dios Estado, se esmeran por demostrar cuál de ellos es el que más se rinde ante el ídolo Mercado! El dios Mercado tiene sus catedrales, las bolsas, sus jerarquías sacerdotales, el FMI, el Banco Mundial, la Reserva Federal, el Banco Central Europeo. Sus sacerdotes se encargan de antropomorfizar al dios: este dictamina, amenaza con hundir a las sociedades en la catástrofe si no se rinden a su voracidad. Pide sacrificios: es un dios que ya no se contenta con la primogénita del rey, exige recortar el empleo, la educación, la salud, los salarios, las pensiones. ¡Que vaya el dinero a saciar a los bancos!


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