La acción militar encabezada por Francia y EE.UU. para dar cumplimiento a la resolución 1973 de la ONU y establecer la zona de exclusión aérea en Libia, que implica destruir la fuerza de Gadafi e impedirle sofocar la rebelión, nos coloca en el horizonte de una “cosmopolítica”. ¿Por qué se lavan las manos Rusia, China, Alemania? ¿Por qué coinciden en la condena a la intervención la derecha nacionalista de Francia e Italia con sectores de izquierda de América Latina y Europa?
¿Hay algo parecido a una “guerra civil mundial” inherente a la globalización; no solo una lucha por la hegemonía económica, sino una abierta guerra civil?
Gracias a los medios de comunicación contemporáneos, quienes nacimos en los años de la II Guerra Mundial o en la inmediata posguerra, crecimos dentro del horizonte de la Guerra Fría y de las últimas guerras de liberación nacional contra los últimos imperios coloniales europeos. Crecimos bajo la amenaza de la guerra nuclear, con otras guerras cercanas, guerras de guerrillas, guerras de dictadores contra sus pueblos en el Sur y Centroamérica’ Maduramos con la caída del Muro de Berlín y el colapso de la URSS, mientras nos llegaban los ecos del horror desde nuevas guerras: Somalia, Etiopía, Afganistán, la ex Yugoslavia, Iraq. Ahora envejecemos en un mundo en guerra.
La paz perpetua era un ideal que se proponía como fin de la acción racional humana en la filosofía política moderna. Sin embargo, la guerra forma parte de la política: lucha que se libra para concentrar mayor poderío entre naciones, grupos, facciones, clases o partidos, que articulan intereses y propósitos disímiles, incluso antagónicos. Se ha dicho que la guerra es la continuidad de la política con otros medios.
Quizá la democracia implique la posibilidad de dirimir los conflictos en espacios que no destruyan a los adversarios, sino que los modifiquen. En el mundo actual, los regímenes autoritarios llevan consigo la posibilidad del estallido de la guerra civil con todas sus secuelas. ¿Pero acaso de otra parte las democracias, especialmente las grandes potencias, no hacen grandes negocios armando a dictadores y genocidas a cambio de petróleo u otros recursos? Detrás de las posiciones adoptadas por las distintas potencias ante la resolución 1973 se advierten sus intereses económicos y geopolíticos distintos.
¿Será posible un nuevo orden mundial con mayor equilibrio? Las visiones convencionales nacionalistas, de confrontación entre civilizaciones o Norte-Sur, parecen no dar respuesta y no corresponder a un mundo en que se perfila una especie de supra-Estado, con su derecho, su justicia, su Policía encargada de poner orden en medio de la guerra civil.
¿Es posible un orden mundial democrático, o solo la regulación de la guerra civil mundial?
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