Germán Chamorro Cevallos, un científico formado con dulzainas, raquetas de ping pong y frascos de alcanfor

[ NOTA: La versión de la entrevista que ahora se ofrece contiene una ampliación de la que apareció en el blog hace dos semanas. Incluye preguntas sobre la actividad científica del doctor Germán Chamorro. Agradezco al lector acucioso que me observó la ausencia de esta información importante en la versión anterior, y a Germán por su disposición a acoger este pedido de ampliación. Las respuestas que él nos ofrece permiten percibir la importancia de sus trabajos en toxicología y farmacología, por caso, la investigación de doctorado sobre la talidomida y posteriormente sobre plantas medicinales o sobre la espirulina. Me disculpo ante los lectores por mi impericia como entrevistador. ]

Esta entrevista con el doctor Germán Chamorro Cevallos tuvo lugar a finales de febrero de 2019, cuando el entonces Embajador del Ecuador en México, señor Leonardo Arízaga Schmegel, conocedor de su destacada trayectoria científica, le había solicitado una semblanza para incorporarla en alguna publicación que tenía en mente.

Germán Chamorro Cevallos es un destacado científico nacido en Ecuador, pero radicado en México desde hace casi seis décadas. Estudio la carrera de químico farmacéutico industrial en el IPN de México DF y luego obtuvo su doctorado en Montpellier, Francia. Profesor e investigador en farmacología y toxicología, ha publicado más de 130 artículos científicos. Por más de 50 años ha sido profesor del Instituto Politécnico Nacional de México. Ha recibido múltiples distinciones por su actividad académica, entre ellas: el Premio Martín de la Cruz otorgado por el Consejo General de Salubridad del Gobierno de México (1997), el Diploma Manuel Altamirano concedido por el Gobierno de México en reconocimiento a su relevante obra educativa (2006), la Presea Lázaro Cárdenas, Profesores-Investigadores, IPN (mayo de 2009, entregada por el Presidente de la República Felipe Calderón); y el Premio Heberto Castillo Martínez para Científicos Latinoamericanos (2011, entregado por el Jefe de Gobierno del Distrito Federal Marcelo Ebrard).

Para mí esta entrevista resume la larga conversación que he mantenido con Germán durante décadas, desde mi infancia y su adolescencia, ya sea en San Gabriel durante algunas de mis vacaciones escolares, o ya en Quito, cuando con mi padre lo visitábamos los domingos en el colegio Loyola de Cotocollao, entonces una parroquia rural situada en las afueras de la capital ecuatoriana, conocida por los talleres de alfarería, o en mi casa paterna en el barrio de San Juan donde vivió durante algunos meses, o luego en Ciudad de México, en su apartamento de la calle Hegel en Polanco. Hoy, cuando está cerca de festejar su 80° aniversario, seguimos nuestro diálogo por Skype; él desde su oficina en el Instituto Politécnico Nacional de México, y yo, desde Quito. Me alegra contribuir a esta semblanza de un apreciado científico, un maestro cabal, un hombre jovial e íntegro, un familiar y amigo entrañable.

Germán Chamorro nació en septiembre de 1939 en San Gabriel, capital del cantón Montúfar en la provincia de Carchi, al norte de Ecuador. San Gabriel está a unos 50 kilómetros de la frontera con Colombia. Es una pequeña ciudad situada a casi 3.000 metros de altitud, entre las cordilleras Occidental y Oriental de Los Andes; es reconocida por su arquitectura popular, al punto que ha sido declarada Patrimonio Cultural del Ecuador. Está rodeada de colinas, de fincas agrícolas dedicadas sobre todo de cultivo de patatas, próxima a lugares turísticos como la laguna de El Salado, la gruta de la Paz con sus estalactitas y estalagmitas, la cascada de Paluz, el bosque de arrayanes, o el bosque de frailejones que se extiende hacia el occidente, en dirección a El Ángel. Germán la recuerda como una pequeña y hermosa ciudad con un clima muy frío, con llovizna constante, pero de gran calor humano, que habrá tenido en torno a los 6.000 habitantes hacia mediados del siglo pasado.

La historia de San Gabriel registra un episodio que constituye un motivo de orgullo para su pueblo: la construcción. en la década de 1930, a través de sucesivas mingas, de una carretera que descendía desde sus alturas hacia el río Chota; una carretera tortuosa, al filo del abismo, que se dirigía al sur, que se abría paso hacia Ibarra y Quito. Algún Congreso de la República otorgó al pueblo de San Gabriel, por este acontecimiento memorable de trabajo colectivo, el curioso título de “Procerato del Trabajo”, y más tarde, durante el gobierno del presidente Ponce Enríquez (1956-1960), se encargó al escultor Luis Mideros que levantase en el parque central de la ciudad la estatua de un coloso que se divisara desde lejos, como homenaje a la gesta colectiva. El escultor no pudo concluir su obra, que se vino al suelo cuando el coloso llegaba a la mitad de su cuerpo; por supuesto, la caída del titán fue en consecuencia motivo de cuentos satíricos y múltiples bromas. Sin embargo, como dice Germán, el pueblo sangabrileño ha sido tradicionalmente laborioso; es un pueblo de agricultores, de artesanos, de maestros, de pequeños comerciantes. Y aunque en sucesivas migraciones muchos de sus habitantes han salido hacia otras ciudades del Ecuador o del extranjero, San Gabriel conserva ese espíritu laborioso.

IC: ¿Cómo fue tu infancia en San Gabriel? ¿Cómo la recuerdas, qué añoras de ella? ¿Qué puedes contarnos de tu familia? Perdiste a tu madre siendo un niño…

GCh: Puedo decir que fui un niño feliz, siempre gocé del cariño de mis padres y me llevaba muy bien con mis hermanos, con los familiares de mi edad y con los mayores. No me faltó nada durante la escuela; creo que fui un estudiante aplicado y por tanto tuve el aprecio de mis profesores. Me acuerdo de mis profesores Guillermo Rebelo, José B. Auz, Aníbal Cabezas, Jorge de la Bastida y otros muy queridos maestros que, aparte de sus enseñanzas, normas de conducta y lecciones para el buen desempeño en la vida, nos motivaban para actividades sociales y artísticas infantiles y contiendas deportivas como el atletismo, cuyas competencias se realizaban alrededor del parque principal, donde se congregaba la gente de la ciudad y de los alrededores.  Nuestros rivales eran los niños de las escuelas Acosta Soberón y José Reyes. En lo artístico, la primera emisora de San Gabriel, la HCJR Voz de Montúfar, no dejaba de invitarnos para participar en programas musicales y escolares. Entre otras cosas, añoro, como es natural en casi todos los niños, los festejos familiares y escolares de Navidad, las colaciones, los juguetes no sofisticados hechos en su mayoría de madera, las largas misas de gallo, seguidas después de soplos ensordecedores que arrancábamos a unos silbatos de agua que tenían la forma de pajarillos. Sin embargo, creo que más importancia se daba al Año Nuevo, precedido por lo que se hacía el 31 de diciembre, con los muñecos de Año Viejo que se quemaban a media noche, la lectura del testamento del año que se iba, la presencia de las “viudas” pidiendo las “limosnas” para la quema del viejo, la cena, y posteriormente el baile en la casa de algún amigo, con mucha concurrencia, que no duraba poco tiempo. 

Nuestra casa familiar era de buen tamaño, tenía una huerta y un patio donde colocamos un par de aros que nos permitía jugar pequeños partidos de baloncesto. Teníamos un cuarto especial para la mesa de ping-pong, deporte que empecé a practicar a los siete años con unas raquetas que nos había traído el “Niño Jesús” en Navidad. Nos gustaba subir al soberado, donde se almacenaban cereales y otros productos que traían de la pequeña finca que tenía mi padre en La Colonia, en las estribaciones de la cordillera oriental, donde también pasábamos vacaciones en algunas ocasiones. Para llegar allí, en el tramo final, debíamos atravesar el río Minas saltando de piedra en piedra. La tradición decía que ese río acarreaba oro, de ahí su nombre. También solíamos viajar en vacaciones a ciudades como Atuntaqui o Cotacachi, pasando por la hermosa Ibarra, para quedarnos en casas de nuestros tíos maternos. En esa ciudad estudiaba mi hermana Clara Cecilia en el muy nombrado colegio de las Betlemitas.

Mi madre falleció un mes de octubre en un accidente de tránsito mientras yo cursaba el primer año de colegio en Quito. Aunque los familiares que yo tenía en la capital trataban de disfrazarme la noticia, finalmente supe la verdad y me causó un verdadero trauma que influyó mucho en mis estudios y en mi carácter. A la tristeza que me causó su fallecimiento, se sumó el que no me permitieron regresar a San Gabriel hasta tres meses después del accidente, durante las vacaciones de Navidad, lo cual fue una mala decisión de quienes me apoyaban en Quito.

IC: Iniciaste tus estudios en San Gabriel, y luego, como muchos jóvenes de tu generación, te trasladaste a Quito para cursar la educación secundaria.

GCh: Así es, estudié la primaria en la Escuela Abdón Calderón de San Gabriel. Recuerdo con mucho cariño a quienes fueron mis compañeros de clase, y sobre todo de distracciones, de travesuras, con toda la ingenuidad que se puede tener en la época de la niñez. Mis compañeros de entonces tomaron rumbos diferentes y me agrada saber de ellos y aún más volverlos a ver, cuando ello ocurre.  

Los estudios de secundaria los inicié en la ciudad de Quito, en los colegios San Gabriel y Loyola de los jesuitas, y luego dejé este último para continuar en el Colegio José Julián Andrade de San Gabriel y terminar posteriormente mi bachillerato en el colegio Juan Pío Montúfar. Mientras estuve en este último, me alojé, junto con otros estudiantes de mi familia, en casa de mi primo Miguel Ángel Carvajal, como bien conoces, quien nos trataba como si fuéramos sus hijos y nos inculcó una disciplina muy sólida que mucho nos sirvió para posteriores desafíos de la vida. Luego inicié mis estudios universitarios en la Facultad de Química y Farmacia de la Universidad Central del Ecuador.  

IC: Aunque terminarías dedicándote a la investigación científica y la enseñanza universitaria, tenías talento para la música y el deporte. Han sido muy importantes en tu niñez y juventud. ¿Cuándo te iniciaste en la música?

GCh: La música era mi afición desde muy pequeño y recuerdo que con una dulzaina, un instrumento de fabricación artesanal semejante a un pequeño clarinete, despertaba a veces muy temprano a mis padres brindándoles alguna serenata. Ellos se dieron cuenta de mi gusto y afición por la música y me contrataron un profesor de violín, instrumento con el que llegué a interpretar, entre otras, algunas melodías mexicanas. No recuerdo cómo llegó ese violín un tanto deteriorado a mis manos, pero posiblemente su origen era imbabureño y alguien decía de él: “todo tiene fin, menos el violín de don Benjamín”, pues en alguna ocasión había caído del coro de alguna iglesia y tenía claras señales de que se había quebrado. En un acto de clausura de cursos de la que fue mi escuela me incluyeron en el programa para que interpretara alguna de las melodías que ya las tocaba, pero el niño Chamorro tuvo que salir corriendo del escenario porque los rayos de sol que entraban por una ventana a las 4:00 horas de la tarde atravesaron la partitura que descansaba sobre un atril, haciendo ilegibles las notas, y por lo tanto provocaron mi equivocación, causándome nerviosismo. No faltaron de todas formas los aplausos de los padres de familia allí presentes.   

Después pasé a tocar algo de piano y seguí con el acordeón. Este instrumento me gustó, pues lo oía tocar con mucho encanto al profesor de música del Colegio José Julián Andrade, el señor Criollo. También el entonces joven médico de mi familia, Vicente Gavilánez, tenía un acordeón de 120 bajos, que solía prestarme, y yo me colocaba ante un espejo para practicar. Tanto el piano como el acordeón los tocaba líricamente. Me gustaba tocar música ecuatoriana, mexicana, argentina y rusa. Aún toco el acordeón en algunas ocasiones, en reuniones familiares. 

Como no tocaba mal el acordeón, en Quito, cuando ya había iniciado mis estudios universitarios, mis amigos invadían mi vivienda de la calle Olmedo, sobre todo los sábados por la noche, para pedirme que saliéramos a dar serenatas después de beber unas deliciosas cervezas Pilsener en algún bar o restaurante de la ciudad, o de preparar caseramente unos “hervidos” (agua de canela con aguardiente de caña), típicos de la provincia del Carchi. Tales noches de parranda se extendían hasta horas avanzadas de la madrugada.  En ocasiones no faltaron los regaños o amenazas de los padres de las muchachas a quienes ofrecíamos las serenatas, o de alguna autoridad de internado de algún colegio femenino. 

A los muchos años que han transcurrido desde estos sucesos, pienso que de alguna manera el gusto por la música y el tocar unos pocos instrumentos me sirvieron de aliciente e inspiración en mi trabajo posterior, sobre todo cuando de una manera incipiente trataba de componer algunas melodías con el sentimiento ecuatoriano. Se trataba de sanjuanitos y pasillos que inclusive los tarareaba mientras desarrollaba algunas actividades.    

IC: La inclinación de Germán Chamorro Cevallos por la farmacología seguramente se habrá formado a lo largo de su infancia y adolescencia, en la “botica”, como llamábamos entonces a las farmacias, de tu padre, don José María Chamorro. El tío Pepito… Yo tuve la suerte de conocer la botica, situada en el parque central de San Gabriel. 

GCh: Aunque antes había estado instalada en otros lugares de la ciudad. 

IC: Me fascinaba de niño el aire de misterio que encerraban los frascos, las redomas donde se mezclaban extraños polvos, los olores fuertes del alcanfor, el alcohol o el mentol, las pociones y cataplasmas que aconsejaba o preparaba el tío Pepito, hombre de extraordinaria calma y de una sabiduría que bastaba a muchos para aplacar sus dolencias. Un mago, sin duda. Se exhibían en el mostrador y en las estanterías los fármacos industriales: las cajas de sulfatiazol, las obleas de quinina, las cafeínas, desenfrioles para el resfrío o dolorines que aliviaban cualquier dolor…

GCh: O el kaumal para la tos, pomadas,  ungüentos, jarabes y bebidas de las más diversas, y, por último, en caso de infección, tabletas de aureomicina y  los frascos de penicilina, el alcanfor, nombres que para cualquier niño lo trasladaban a un mundo de magia, con sus arcanos y sus peligros. Habría que añadir que, en el cajón de un mostrador, se guardaba muy cuidadosamente un “vademécum” cuyos autores eran mi padre y mi tío Gregorio, que servía de bases farmacéutica para los preparados. A esto se suma que había dos grandes pomos, uno de tamarindo y el otro de pasas. No faltaban “guambras” o algunas gentes del campo a quienes muy discretamente, pero con cariño, les obsequiábamos puñitos de tales pasas, que debe haberles sabido deliciosas. 

En la botica seguramente Germán desde niño habrá comenzado a trabajar con los morteros, las probetas, las balanzas de precisión, pesando con cuidado sales de poderes tóxicos o curativos que se colocaban en sobres artesanales con papel de cera, e incluso habrá iniciado sus primeras indagaciones sobre las propiedades químicas de sales y ácidos. Ese contacto temprano con los fármacos, con los medicamentos y venenos potenciales, lo llevaría al terminar el bachillerato a proseguir sus estudios en la Facultad de Bioquímica y Farmacia de la Universidad Central del Ecuador. Y al poco tiempo, al terminar su primer año de estudios universitarios, a viajar hacia México a través de Cuba. Esta es ciertamente una trayectoria insólita, poco común, más aún si pensamos en el momento del viaje, pues tuvo lugar pocos meses después del triunfo de la revolución que llevó al poder a Fidel Castro. Y poco común también porque el viaje, más que debido a motivaciones políticas ―Germán se declara apolítico, no es simpatizante de ningún partido, “ni siquiera del PRI”, dice con una sonrisa, “y eso a pesar del tiempo que llevo viendo en México”― se debió a otro de sus talentos juveniles, el deporte; en concreto, el tenis. 

IC: Aparte de músico, eras también un buen deportista. Ya nos has contado que desde niño jugabas ping-pong y básquetbol en la casa de tus padres, en San Gabriel. Supongo que continuaste practicando estos deportes en los colegios donde estudiaste en Quito.

GCh: Sí, era un buen deportista, tanto que fui parte de un equipo de baloncesto llamado Deportivo San Gabriel que logró en algún momento tener triunfos internacionales, principalmente contra equipos de universidades colombianas. Destacaban allí los hermanos Oña, Montenegro, Onofre, Cobo, Aristizábal, Pazos, Ruano y otros basquetbolistas. Otro distinguido equipo al que también pertenecí fue el Centro Estudiantil Sangabrieleño. El fútbol, no me atraía gran cosa. 

IC: Y el tenis… ¿cómo así fuiste a Cuba?

GCh: El viaje a Cuba tuvo lugar gracias a una invitación que me hicieron compañeros universitarios de la Federación de Estudiantes, la FEUE, que a la vez habían sido invitados por Fidel Castro. Los dirigentes de la FEUE extendieron la invitación del gobierno cubano a algunos deportistas universitarios, entre los que me incluyeron por el ping-pong y el tenis. Iban dirigentes estudiantiles, habrá habido entre ellos algunos militantes socialistas o comunistas. La presencia de tales jóvenes ocasionó en algún momento inconvenientes de tipo político debido al paso por Bogotá y por la frontera con Venezuela, aunque sin mayor repercusión para los viajeros. Ya en Caracas, un avión enviado por el gobierno cubano nos trasladó a La Habana; nos alojaron en el hotel Habana Hilton, aunque con disgusto de algunos huéspedes o de gente que allí festejaban.  Era obvio que mucha gente de recursos aún permanecía en Cuba, antes de poder salir a otros países. Después fui huésped en los hoteles Nacional y San John en el Vedado, siempre bien tratado e inclusive contratado para dar clases de tenis a milicianos y milicianas que entonces, por el mismo espíritu de la revolución, empezaron a tener acceso a lugares que estaban únicamente destinados a la gente acomodada.  No regresé con el resto de la delegación al Ecuador porque se abrió la posibilidad de continuar mis estudios en México, como así sucedió y como siempre había sido mi deseo.

IC: Te quedaste en Cuba durante algunos meses… ¿Llegaste a conocer a Fidel?

GCh: Sí, tuve ocasión de conocer personalmente al comandante Fidel Castro y también, con otro dos ecuatorianos, al Che Guevara, entonces presidente del Banco Nacional. Con él entablamos una larga conversación desde las 2 hasta las 4 de la mañana sobre la revolución y finalmente nos autografió nuestros ejemplares de su libro Guerra de guerrillas. En La Habana conocí y traté tanto con gente que estaba a favor de la revolución como con disidentes.  No me faltaron problemas en algún momento por mi condición de extranjero, especialmente dadas las malas relaciones que Cuba ya tenía principalmente con los Estados Unidos.

En Cuba, a más de instruir a milicianos y milicianas en el tenis, y también a algunas personas que esperaban su oportunidad para salir de la Isla, Germán tuvo ocasión de practicar intensamente, con deportistas cubanos, otro de sus deportes favoritos, el ping-pong. Ganó un campeonato nacional junto con otro amigo ecuatoriano, habiendo recibido como premio un recorrido por algunas ciudades cubanas, ofreciendo en ellas exhibiciones de ping-pong que eran muy publicitadas. Recuerda que siempre fueron recibidos de manera hospitalaria, “con la calidez que caracteriza a los cubanos”. 

GCh: Esta afición y la práctica de estos deportes, ping-pong, tenis y basketball, creo que de alguna forma me ayudaron a que en mi desempeño posterior como investigador pudiera tener siempre un deseo de esfuerzo en los trabajos que desarrollaba y a alcanzar algunas metas basadas en previas hipótesis. 

IC: Seguramente, pues tanto el deporte como la actividad científica requieren de continuidad, de disciplina, y a la vez de intuición para llegar a una jugada inesperada o para captar algo nuevo… Volvamos a tu itinerario: de Cuba fuiste a México. En esos años, a comienzos de la década de los 60 del siglo pasado, no era usual que un joven saliese del Ecuador como integrante de una delegación estudiantil, en condición de deportista destacado, y acabase en otro lugar para formarse como científico. Tu decisión fue sin duda excepcional. ¿Cómo fuiste a parar en México?

GCh: En La Habana encontré a la familia quiteña de apellido Ruiz-Zabaleta, con la cual mantenía amistad desde Quito. El jefe de esa familia estaba comisionado en Cuba por la OEA y continuó trabajando para esta Organización durante los años subsiguientes en diferentes países centroamericanos, entre ellos Costa Rica. Allí viajé con el propósito de obtener mi visa para ingresar a México. Aunque iba por pocos días, fui invitado por la familia y disfruté de su compañía durante unas vacaciones, conociendo algunas ciudades y puertos de Costa Rica. Tuve contacto con estudiantes de la Universidad que estudiaban una carrera similar a la que yo había iniciado en Quito, y, en algún momento muy posterior me invitaron a una plática en un curso internacional para estudiantes de Farmacia.

IC: ¿Volviste a Cuba en alguna otra ocasión?

GCh: Sí, fui desde México a La Habana atendiendo a una invitación de Raúl Castro, como parte del equipo de baloncesto del Instituto Politécnico Nacional, a propósito de los Juegos Latinoamericanos de la Juventud. Lamentablemente, nos derrotaron los equipos de Brasil y Panamá; eran muy buenos. La revolución estaba entonces en su efervescencia y se organizaban múltiples eventos, a los que acudían personas de diferentes países del mundo.  

IC: En fin, partiste a México para continuar tus estudios universitarios en 1961. ¿Qué te llevó a tomar esa decisión? 

GCh: Desde muy temprano tenía la idea de ir a México para seguir mis estudios universitarios en el ámbito farmacéutico. Ya en Cuba percibí que se me facilitaba el paso a México. Gracias a un amigo que pertenecía a la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos de México (FNET) pude inscribirme en el Instituto Politécnico Nacional y luego cursar en su Escuela Nacional de Ciencias la carrera de Químico Farmacéutico Industrial, cuyo principal propósito es la formación de profesionales para la industria farmacéutica. A lo largo de su historia, la Escuela ha sobresalido dentro del Instituto, de México y Latinoamérica en lo que se refiere a docencia e investigación. 

IC: ¿Cómo sobrevivías entonces, cuando eras estudiante, en México?

GCh: Al principio, gracias a una beca otorgada por don José María Chamorro ―sonríe―; aunque a mi padre en principio le disgustó el hecho de que me quedase en México, no dejó de apoyarme. Es verdad que yo también echaba de menos a mi familia, pero mantuve una constante relación epistolar y luego pude viajar de vacaciones a Ecuador para ver a mi padre, a mis hermanos, a mis amigos. Posteriormente vino mi hermano Jorge a estudiar agronomía en Chilpancingo, donde se graduó como ingeniero. Por otra parte, en el Instituto conocí a mi esposa, María Salazar Jacobo, quien también estudiaba ahí.

IC: Aunque en el Ecuador, aparte de aquellos que han estudiado en algunos países europeos y los Estados Unidos, muchos jóvenes han decidido seguir sus estudios universitarios en México, o en Argentina, Chile o Brasil, quisiera preguntarte por qué, sintiendo una temprana vocación por la investigación científica, optaste por México y no, por caso, los Estados Unidos.

GCh: México estuvo presente en mí desde muy joven, siempre me atrajo. Tal vez contribuyera también el hecho de que no dominaba el inglés. Desde luego, más tarde tuve que aprender a escribir artículos científicos en ese idioma.  

IC: Te licenciaste en México y luego fuiste a Francia, donde obtuviste tu doctorado. Cuéntanos algo de esa preparación como científico.

GCh: Sí, hice mi licenciatura en el Politécnico. Mientras trabajaba en mi tesis de licenciatura, que versaba sobre el efecto de un fármaco sobre el consumo de oxígeno en ratas, fui contratado por el mismo Instituto para participar en la docencia de la carrera de Químico Farmacéutico Industrial de la Escuela de Ciencias, una de las cuatro que allí se impartían. Fui profesor en cursos de Farmacia Química, Farmacología y Toxicología, y coordiné los seminarios de investigación para los alumnos de la carrera; luego asesoré a estudiantes en la preparación de sus tesis de licenciatura. La preparación del material para los cursos me permitió profundizar en mis conocimientos y afianzó mi vocación por la investigación científica. Para entonces, ya había conseguido obtener la residencia mexicana por parte de la Secretaría de Gobernación. 

En esas circunstancias, obtuve el apoyo del Instituto para hacer mi doctorado en la Faculté de Pharmacie et  l´Institut Européen de Sciences Pharmaceutiques Industrielles  de Montpellier, en Francia. La tesis versó sobre las malformaciones congénitas producidas por la talidomida y el ácido acetilsalicílico en ratas y cricetos, una de las líneas de investigación que continué a mi regreso a México. Siempre he contado con el decidido y total el apoyo de María, mi esposa y la presencia de mi hija. En Montpellier, justamente en la inauguración de los cursos, el Decano de la Faculté de Pharmacie, que por otra parte era mi director de tesis, anunciaría el nacimiento de una “petite azteca”, refiriéndose a mi hija Flor, a quien además nombraría graciosamente como “alumna honoraria de la Faculté”. A la familia se integraría luego mi nieto Diego, lo que me hace muy feliz.

IC: Tengo entendido que estabas en el IPN en el 68, cuando se dio la huelga estudiantil que culminó en la masacre del 2 de octubre.

GCh: En efecto, en ese momento yo estaba preparando mi viaje a Francia. De hecho, estuve dedicado con mucha intensidad a estudiar la lengua francesa. No participé de los acontecimientos debido a mi calidad de extranjero, aunque siempre comulgué con los ideales de mis compañeros estudiantes y profesores que desempeñaron un papel muy importante, aunque hubo la desgracia de miles de muertos. 

IC: Alguna vez me hablaste de tu especial afecto por Francia, por París. ¿Hasta cuándo estuviste en Montpellier? Has vuelto a Francia, desde luego.

GCh: Estuve en Montpellier tres años, volví a México en 1972. Luego fui nuevamente durante un año sabático a París. He viajado con mi familia en otras ocasiones, puesto que es muy placentero viajar con María, Flor y Diego. En ocasiones, el motivo ha sido por participar en diferentes eventos científicos en ese país o en otros eventos europeos.

IC: Si mal no recuerdo, también a Japón.

GCh: A Japón y a la India he ido a propósito de congresos de mi especialidad, es decir, estancias breves. 

IC: Pasemos a otro tema, Germán, que me gustaría topar. Me consta que en una ocasión llegaste a Quito desde México, para visitar a tus hermanos, con una cesta de tamales y de cochinita pibil. No te voy a pedir que nos cuentes cómo sorteaste los controles aduaneros, pero ese gesto, el traer esos maravillosos bocados revela que te gusta la comida mexicana, y seguramente también la ecuatoriana. 

GCh: Sí, soy muy goloso. Siempre lo fui, cuando llegué a México iba a las fondas, en las cuales se ofrece un menú con alternativas. Yo pedía todas. Me decían: “¿todas, joven?”. Y yo contestaba, “sí, todas”, para su asombro. No me gusta mucho el picante, evito los chiles muy fuertes, pero me fascinan el mole, el chile nogada, que es un delicioso plato con los colores de la bandera mexicana, los tacos al carbón, los tacos al pastor. Prefiero el mezcal al tequila, aunque no abuso de ellos. Y también, desde luego, me gusta y extraño la comida ecuatoriana, especialmente la serrana, los locros, el seco de chivo o de borrego, el sancocho, los quimbolitos, y muchos platos más…


La actividad científica de Germán Chamorro.

IC: Volvamos a tu actividad de científico. ¿Por qué era importante investigar sobre la talidomida cuando trabajabas en tu tesis, a fines de los años 60 del siglo pasado, y qué resultado alcanzaste? ¿Qué era ese fármaco? 

GCh: La talidomida es un fármaco que fue utilizado como sedante, calmante de náuseas y vómitos y fue administrado a mujeres durante los tres o cuatro primeros meses del embarazo. Desgraciadamente produjo la muerte de aproximadamente 2.000 niños y malformaciones en otros 10.000, principalmente en Alemania. Estas malformaciones consistían en alteraciones de piernas, brazos o dedos, provocando en el recién nacido el aspecto de una foca, por lo que se denominó “focomelia” a esas alteraciones. 

Salió al mercado europeo en 1957 y debido a las muertes y malformaciones que produjo, se tuvo que regresar a experimentos preclínicos en animales de laboratorio. Antes de salir al mercado se habían realizado experimentos únicamente en ratas, en las que no se produjeron malformaciones, razón por la que se pensó que no habría problemas en humanos. Pero cuando se administró a primates no humanos se encontraron las mismas malformaciones encontradas en humanos. Actualmente se utiliza la talidomida en el tratamiento de un tipo de lepra y de cáncer. 

El interés de mi director de tesis en Francia fue estudiar la posibilidad de encontrar un nuevo modelo en hámsters en los cuales, aunque no se produjo focomelia, sí se encontraron otras malformaciones en número significativamente alto, y sobre todo reabsorciones embrionarias (que pueden ser consideradas como equivalentes a los abortos que se producen en mujeres). Para la interpretación de los resultados, se tomaron en cuenta no solamente los fetos malformados sino también el número de madres que dieron lugar a esos fetos, lo cual en ese momento era una nueva aportación. También se estudió el efecto del ácido acetilsalicílico y el dieldrín, que es un plaguicida, con el propósito de hacer una comparación en la forma de reportar científicamente los resultados, dando importancia a la unidad materna.

IC: ¿Cuáles son las principales investigaciones que has realizado, dentro de qué líneas de investigación y con qué resultados destacados? 

GCh: Una parte de los estudios que he realizado se refiere a la farmacología y toxicología de nuevos fármacos que se sintetizaron en mi institución: hipocolesterolemiantes, anticonvulsionantes y anticancerígenos. El desarrollo de nuevos fármacos es una actividad científica importante mediante la cual se buscan nuevas moléculas que tengan igual o mayor actividad de las ya existentes, pero que principalmente estén exentas de toxicidad. En relación a la toxicidad, hemos trabajado en buscar posibles efectos en la reproducción. Los estudios preclínicos son prolongados y muy costosos, implican la participación de varios investigadores y de tesistas, además de la utilización de un buen número de animales. Desgraciadamente, hasta el momento, creo que ningún país latinoamericano ha logrado colocar un nuevo fármaco en la Food and Drug Administration, para su utilización en humanos. Este tipo de investigación es por sí mismo destacado y necesario. Ojalá que en el Ecuador y otros países latinoamericanos, con la concurrencia de buenos químicos, farmacólogos y toxicólogos, se pudieran realizar investigaciones, patentar fármacos y publicar los resultados de esas investigaciones en revistas de categoría (JCR), como ha sido nuestro caso. 

IC: Quisiera que abordaras más ampliamente las investigaciones que has emprendido en los últimos años. ¿Por qué es importante la espirulina? 

GCh: La mayor parte de mi investigación se ha referido a los estudios farmacológicos y toxicológicos con la microalga Spirulina (Arthrospira). Esta cianobacteria fue consumida y comercializada desde el Imperio Azteca en el lago de Texcoco. También se cultivaba en el Chad, país del África Central. Actualmente de cultiva en muchos países del mundo por diferentes métodos, incluído el de biorreactores. También se cultiva en Ecuador con una muy buena calidad. 

Esta cianobacteria tiene algunas propiedades farmacológicas basadas principalmente en su actividad antioxidante. Contiene minerales, vitaminas, proteínas, beta-caroteno, ácido gamalinolénico, tocoferol, ácidos fenólico, previene la toxicidad de algunos metales y la de fármacos. Entre sus actividades se incluyen la de hipolipidémica, hipoglicemiante, inmunomodulatoria, anticancerígena y como alimento para resolver algunos problemas de desnutrición. Nosotros hemos trabajado principalmente determinando la actividad hipocolesterolemiante, antiinflamataria y el efecto antitóxico. 

Por otra parte, a encargo de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial y con la intención de exportar principalmente a Estados Unidos, llevé a cabo los estudios de toxicidad de la espirulina en animales de laboratorio, obteniendo buenos resultados al demostrar que carecía de toxicidad, mediante estudios a corto y largo plazo. La mayor parte de estos estudios, junto con los de farmacología, dieron lugar a aproximadamente 15 publicaciones, algunas en revistas mexicanas, aunque principalmente en revistas internacionales de prestigio. 

IC: ¿Podrías mencionar algunas otras investigaciones que se hayan o se estén desarrollando por parte de tu equipo?   

GCh: Bueno. Hemos trabajado con diferentes plantas medicinales, como el lupino o chocho ―como lo llamamos en el Ecuador―, Chnidoscolus chayamansa (chaya o árbol espinaca), Bouvardia terniflora, Ulva linza, y muchas otras, con el objetivo de contribuir al conocimiento de los usuarios sobre su utilidad o sus peligros. También hemos trabajado con otros fármacos, algunos que se encuentran en el mercado y otros no: metanfetamina, hipoxantina, ácido valproico, letimida, indorrenato,  disulfiram, l-arginina y asarona  (obenido de Guatteria gaumeri) y algunos derivados sintéticos, anticonvulsionante, etc. 

Los resultados encontrados han sido generalmente los que esperábamos, y han dado lugar a aproximadamente 130 publicaciones, con las correspondientes citas a nivel mundial, a más de conferencias, participaciones en congresos nacionales e internacionales, con la idea de que alguno de los nuevos fármacos que desarrollamos lleguen a utilizarse en algún momento en terapéutica, es decir, como medicamentos, además de los estudios clínicos que se hagan en seres humanos. No puedo decir en el momento que se haya logrado su empleo en pacientes, pero según las instituciones que me han otorgado alguna distinción, lo han considerado importante sobre todo para un país en vías de desarrollo. A esto se suma el tiempo de servicio que tengo en la Institución. 

IC: A veces tenemos la idea de que el científico es una persona encerrada en un laboratorio con poco contacto con el mundo y que de cuando en cuando anuncia o un descubrimiento o una modificación del estado del conocimiento. ¿Cómo trabajan los científicos actualmente? ¿Cómo se difundo el conocimiento? ¿Cómo se relacionan los científicos entre sí dentro de las comunidades científicas?

GCh: Puede que haya algunos científicos que no salgan de su laboratorio, pero en la actualidad se necesita salir de él y relacionarse con otros de la misma institución o de otras, sean de su país o del extranjero, lo que da lugar que se trabaje en equipo. Una oportunidad para ello es la asistencia y participación en congresos nacionales e internacionales. En muy raras ocasiones he visto que alguna publicación esté a nombre de un solo autor, salvo en las llamadas revisiones bibliográficas de algún tema en específico.  No puedo decir que he hecho algún “descubrimiento”, pero creo que junto a otros investigadores de nuestro equipo, hemos aportado algo para la ciencia en la farmacología, en la toxicología y en la química.

(El interesado en saber algunos de los estudios realizados por el Dr. Germán Chamorro puede indagar la lista de sus publicaciones a través de Internet, con su nombre y apellidos utilizando un buscador científico).

IC: Tengo una inquietud: como es obvio, tú mantienes una constante relación con colegas mexicanos y de otras partes del mundo. ¿Has tenido algún contacto con científicos ecuatorianos en tu área, mantienes algún nexo con alguna institución académica del Ecuador? 

GCh: He tenido mucha relación con investigadores principalmente franceses, pero no ha llegado el momento de tenerla con científicos ecuatorianos. No he logrado identificar a personas o grupos de trabajo que investiguen en mi línea de desempeño. Creo que en el Ecuador no se ha impulsado de manera decidida la investigación científica, falta apoyo tanto público como privado. Me parece que existe poco reconocimiento a la tarea de los científicos, a pesar de ser una actividad importante y necesaria para el avance en todos los sentidos. En mi área, si bien puede haber laboratorios farmacéuticos, hay que tener en cuenta que la investigación básica no es de su interés, es un ámbito que compete a las universidades e institutos de investigación a diferencia de algunos países industrializados en los cuales la relación entre la academia, la investigación y la industria es primordial. Las dificultades, desde luego, no son sólo del Ecuador. Hay dificultades en todos los países de América Latina. Los que más impulso han dado a la investigación en un momento, han sido México, Brasil y Argentina, aunque no con el apoyo necesario. Ojalá en Ecuador se tuviera en cuenta el objetivo de alcanzar una inversión de 1.5 % del PIB en investigación, desarrollo e innovación (I + D + i), que también es privativo en los países mencionados.

IC: ¿Cuál crees tú que es el papel que tiene el científico en la actualidad? ¿Cuál es, según tu criterio, la principal responsabilidad del científico?

GCh: Creo que la responsabilidad del científico es hacer ciencia moderna, propiciar el avance de los conocimientos en sus diferentes ámbitos.  Considero que la investigación, se realiza a través del trabajo en equipo, a fin de alcanzar nuevos horizontes, que en el caso de las ciencias químico-biológicas contribuyan al mejoramiento de la vida de los seres humanos, iniciando a través de la ciencia básica. En mi campo, es importante el trabajo experimental, tratándose de nuevos fármacos, aditivos, proteínas no convencionales. Lo hacemos con animales, principalmente ratas, ratones y cricetos, siguiendo siempre protocolos estrictos internacionales. Tenemos que examinar los mecanismos de acción a fin de proteger, preservar o curar posteriormente a seres humanos, de evitar malformaciones congénitas, siempre siguiendo procedimientos regulados por normas bioéticas.

IC: ¿Qué recomendarías a los jóvenes, sobre todo de nuestros países, de América latina, con vocación científica?

GCh: Creo que, en lo correspondiente a lo de interés por la ciencia, se podría iniciar con la formación de ese espíritu en los niños de todas las edades, aplicando desde luego metodología pedagógica en un ambiente lúdico, de tal manera de que se sientan felices, dinámicos, sumamente curiosos y que origine en ellos un ambiente de sana competencia y ganancia por los méritos que van a lograr. Esa vocación científica puede verse  potenciada en el colegio y con más entusiasmo en la universidad, donde al tener acceso a prácticas en los laboratorios en la química, la biología, la física u otras disciplinas, se empiece a aplicar una buena parte del método científico, dando como resultado mayor esfuerzo y aplicación en el estudio. Creo que en el caso de los jóvenes ecuatorianos, como sucede frecuentemente en México, es importante además que busquen la manera de salir a estudiar al extranjero y así tener una base y experiencia más amplia y sólida en el trabajo científico y su aplicación.

Germán Chamorro mantiene su actividad científica. Revisa los avances de las investigaciones de los alumnos, maestría y doctorado, y dirige las tesis de algunos de ellos. Lo hace incluso a pesar de las adversidades, de alguna enfermedad que le ha aquejado… Incluso hoy, meses más tarde de nuestra entrevista, cuando la pandemia de la covid-19 nos mantiene encerrados, a él en su casa de la calle Hegel en Polanco, Ciudad de México, y a mí, detrás de la ventana desde la que contemplo el Pichincha y en sus faldas, como suele decirse, el barrio de San Juan.


Julio de 2020.


HOJA DE VIDA ACADÉMICA DEL DR. GERMÁN CHAMORRO CEVALLOS

Este currículo, que recoge la trayectoria académica del Dr. Germán Chamorro Cevallos, fue preparado por él y el reconocimiento del Dr. Mario Alberto Rodríguez Casas, Director General del IPN, en febrero de 2019. Antes de ocupar este cargo, el Dr. Rodríguez fue Director de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas en dos ocasiones, además de haber ocupado cargos directivos en Instituto Mexicano del Petróleo, en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología; es miembro de la Asociación Internacional de Gestión y Política Universitaria. Me parece importante publicarlo junto a la entrevista con el propósito de presentar una imagen que dé cuenta de su sostenido trabajo como investigador y profesor universitario, así como de los premios y reconocimientos institucionales que se le han otorgado. IC

El Instituto Politécnico Nacional ―IPN― fue creado en 1936, durante el gobierno del General Lázaro Cárdenas del Río, bajo el impulso y la dirección de Juan de Dios Bátiz. El Instituto se convirtió pronto en una importantísima casa de estudios. La Escuela Nacional de Ciencias Biológicas formó parte del Instituto desde el año de 1938. 

El Dr. Germán Chamorro Cevallos es profesor-investigador de esta Escuela desde el año 1966, y aunque a la fecha ha sobrepasado el tiempo de su jubilación, continúa su actividad académica pues desea concluir algunos compromisos contraídos con alumnos de licenciatura y el posgrado a quienes dirige en sus trabajos de tesis. 

El Dr. Chamorro Cevallos es becario de la Comisión de Operación y Fomento de actividades Académicas del IPN en su máximo nivel. Así mismo, es becario en ese nivel del Estímulo al Desempeño de los Investigadores ―EDI―. Continúa siendo miembro del Sistema Nacional de Investigadores ―SNI―, también al máximo nivel. El SNI mexicano agrupa a los investigadores y los ubica en categorías, en relación con su productividad académica, la que considera el número de publicaciones en revistas especializadas, las citas de éstas en la literatura científica internacional, la dirección de tesis de posgrado, proyectos y formación de grupos de investigación. 

Ha realizado varias estancias de investigación en Francia, en los Laboratorios Rhone-Poulenc, el Grupo Roussel, laboratorios Janssen, la Université René Descartes y la Université de Paris Sud, Chatenay Malabry. El conocimiento de investigadores en los laboratorios mencionados le permitió establecer colaboraciones que han continuado hasta el presente.

El Dr. Chamorro Cevallos ha sido merecedor de algunas distinciones entre las que se cuentan:

Reconocimiento por contribución al avance de la Farmacología en México (Asociación Mexicana de Farmacología, mayo 1973); 
Investigador invitado por la Asociación de Recepción de Personalidades Extranjeras del Ministerio de Relaciones Exteriores del gobierno francés (de febrero a agosto de 1987); 
Reconocimiento por 20 años de servicio y por labor desarrollada en el IPN; 
Premio a la investigación en el IPN, 1990 y 1991 (coautor); 
Reconocimiento a labor docente durante 25 años, IPN (mayo de 1991); 
Premio a la Investigación (junio de 1994 ―coautor); 
Reconocimiento por trabajo académico sobresaliente durante Año Sabático (septiembre 1996); 
Reconocimiento por destacada trayectoria como Profesor de Carrera en el Programa de Estímulo al Desempeño Académico Docente, IPN (febrero de 1996); 
Diploma de Honor y Medalla al Mérito Juan de Dios Batiz por 30 años al servicio del IPN (Mayo de 1996);  
Diploma de Honor y Medalla al Mérito Docente Maestro Rafael Ramírez por obra educativa realizada durante 30 años, Secretaría de Educación Pública, (mayo de 1996); 
Premio a la Investigación en el IPN 1995-1996; 
Premio Martín de la Cruz, Consejo General de Salubridad, entregado por Presidencia de la República (marzo de 1997); 
Premio por dirección de tesis de posgrado (1998); 
Reconocimiento por destacada labor de investigación durante el año 2001, Consejo Técnico Consultivo Escolar, Escuela Nacional de Ciencias Biológicas, IPN (abril de 2002); 
Diploma Manuel Altamirano como reconocimiento a su relevante obra educativa, entregado por Presidencia de la República (mayo del 2006);  
Medalla Amalia Solórzano de Cárdenas, Reconocimiento por brillante trayectoria y desarrollo académico, otorgada por el Consejo Nacional de Egresados del IPN (Marzo de 2008); 
Presea Lázaro Cárdenas, Profesores-Investigadores, IPN (mayo de 2009), entregada por Presidencia de la República.);
Premio Ciudad Capital Heberto Castillo Martínez para Científicos Latinoamericanos, Instituto de Ciencia y Tecnología, entregada por el Lic. Marcelo Ebrard Casaubón, Jefe de Gobierno del Distrito Federal ―hoy Ciudad de México (noviembre de 2011); 
Reconocimientos anuales desde 1996 a 2017 por meritoria labor en el campo de la investigación, IPN; XXXVII Congreso Nacional de Farmacología, efectuado a nombre de Dr. Germán Chamorro Cevallos (mayo de 2015), 
Presea Carlos Vallejo Márquez, 50 años al servicio del IPN (2016), 
Premio Vicente Rocafuerte por aportes académicos y de investigación, Embajada del Ecuador en México, entregado por el Embajador Leonardo Arízaga Schemegel (Agosto 2018). . 

El Dr. Chamorro cuenta con membresías en asociaciones nacionales e internacionales relacionadas a su área de investigación. Fue Experto Toxicólogo de la Organización de las Naciones Unidas para el proyecto de Toxicología de alga Spirulina, 1978-1981. En lo que se refiere a experiencia docente, ha impartido cursos en la Licenciatura de la carrera de Químico Farmacéutico Industrial (Farmacología, Toxicología, Proyecto de titulación y otros), fue profesor invitado por la Universidad de Umuarama, Brasil para impartir un curso sobre Toxicología y por el laboratorio Chanel Parfums Beauté para impartir conferencia. Es profesor-investigador del Posgrado del Programa de Ciencias Quimicobiológicas, calificado como de excelencia internacional por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Imparte las cátedras de Toxicología Preclínica y Seminario Departamental. Ha dictado varias conferencias y presentado trabajos libres en congresos   nacionales e internacionales sobre aspectos de farmacología y toxicología. Ha participado en elaboración de planes de estudio de la Carrera de Químico Farmacéutico Industrial y de la Carrera de Ingeniería en Sistemas Ambientales.  Ha sido director de tesis de licenciatura, de maestría y doctorado. Sus maestrantes y doctorandos han contado y cuentan con becas del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, institución que apoya la formación de cuadros de investigadores en la ciencia y la tecnología al más alto nivel para que de esa manera se aumente la cultura y productividad necesarias para el bien de la sociedad.

Es autor de 130 publicaciones científicas nacionales y principalmente internacionales enlistadas en el Journal Citation Report, que han dado lugar a un gran número de citas en la literatura científica mundial. Ellas versan sobe toxicología reproductiva, química, farmacología y toxicología de nuevos fármacos, plantas medicinales y alga Spirulina. En relación a nuevos fármacos ha prestado mayor interés en moléculas hipocolesterolemiantes y anticovulsionantes, realizando principalmente los estudios farmacológicos y toxicológicos. Sin embargo la mayoría de sus publicaciones se refieren al estudio de esos aspectos con el alga (cianobacteria) Spirulina. Esta alga es un alimento funcional y puede tener aplicación fundamentalmente en los países en desarrollo. Es una fuente alimentaria de alta densidad proteica y ofrece un perfil de aminoácidos de alto valor biológico. Tiene un contenido excepcionalmente alto de vitamina B12, y es considerada una buena fuente de betacaroteno, hierro, calcio y fósforo. 

 Entre los efectos farmacológicos se incluyen su actividad antiviral, hipocolesterolemiante, hipoglicemiante, antiinflamatoria, antiteratogénica, antigenotóxica y últimamente se estudia su potencial para mejorar la actividad sexual deteriorada por la diabetes en ratas, con la idea de extrapolar los resultados al ser humano, si éstos son positivos. Muchos estudios sobre su farmacología se han llevado en diferentes partes del mundo y sus resultados son muy prometedores. Esta alga ha se cultiva en muchos países del orbe, entre ellos, en Ecuador, donde el producto es de muy buena calidad.   

Además de sus publicaciones en revistas, el Dr. Chamorro es autor de varios capítulos de libros, así como editor. Ha participado en varios congresos y eventos nacionales e internacionales. Ha prestado servicios tecnológicos a los sectores privado y gubernamental. Ha organizado y coordinado algunos eventos científicos institucionales en el área farmacéutica y clínica. Ha participado como jurado de premios nacionales sobre farmacia y estudios clínicos, revisión de artículos científicos de revistas internacionales sobre síntesis de fármacos, plantas medicinales y estudios bioquímicos para su publicación. Ha sido evaluador de proyectos de investigación preclínicos y clínicos del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, y de otras instituciones.  Fue jefe de la Carrera de Químico Farmacéutico Industrial, jefe del Departamento de Farmacia (licenciatura), Coordinador del Grupo de Toxicología de Maestría y Doctorado en Ciencias Químico-Biológicas de la Sección de Graduados y miembro de la Comisión evaluadora del Sistema Nacional de Investigadores (SNI).