Escuchemos a Malala

Cuánto bien haría que en las escuelas se escuchase y leyese el conmovedor discurso que pronunció Malala Yousafzai el pasado 12 de julio durante el homenaje que le rindió la ONU por su valentía y el significado de su pasión. Debería haber tiempo para que niños, jóvenes, maestros y padres de familia lean y mediten colectivamente en esa palabra de la niña paquistaní, víctima de los talibanes que intentaron matarla por querer estudiar.

Ese discurso debería motivar un debate profundo sobre la educación y su significado en la actualidad. Malala colocó frente a los representantes de los Estados del mundo un doble deber histórico: propiciar y asegurar la paz, y para ello, asegurar educación de calidad para todos los niños y niñas del planeta.

Lo que el discurso de Malala exige a los dirigentes políticos del planeta es el cumplimiento de una promesa moderna, ilustrada sin duda, como es la educación para todos. Ella misma sintetiza esa idea cuando señala que “un libro y un lápiz” pueden cambiar el mundo, en la conjunción de un maestro y un niño. En regiones del mundo donde fanáticos oscurantistas persiguen hasta la muerte a quienes quieren aprender, en efecto un libro y un lápiz cambian el mundo de modo radical.

Malala invita a una política de no violencia. No en vano invoca a la vez a Jesús, Mahoma y Buda, a Gandhi, Mandela, M. L. King y Teresa de Calcuta. Hay en esa invocación una crítica de la violencia como medio de sometimiento de la diversidad humana y su reducción a colectividades dominadas por la uniformidad. La humanidad es diversa en sus formas culturales, por ello es necesario luchar por la mutua comprensión a fin de preservar la dignidad humana en su diversidad. Solo a partir de esta comprensión puede desplegarse una cultura mundial digna.

La filósofa Martha Nussbaum, en la misma línea de Malala, ha señalado en su libro “Sin fines de lucro” que si bien la ciencia y la tecnología son fundamentales para el futuro humano, la educación sin embargo no debe someterse a fines economicistas y tecnocráticos. Las humanidades y las artes son fundamentales para forjar el espíritu crítico, para la comprensión entre seres humanos diversos, para la búsqueda de armonía de lo humano con la naturaleza. Advierte los peligros que tendría para la democracia y la cultura una formación sometida al mercado global, meramente técnica, que constriña tanto a la razón como a la imaginación.

La imaginación y el raciocinio son premisas para la democracia. Nussbaum nos alerta contra las fuerzas que impulsan la deshumanización y la violencia, el egocentrismo y la estrechez de espíritu, “en lugar de alimentar las fuerzas que impulsan la cultura de la igualdad y el respeto”.

¿Es la educación asunto de una cosmo-política? En ella está en juego, sin duda, la creación de una ciudadanía y de una cultura mundial dignas.


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