Entrevista de Jorge Aguilar Mora

Entrevista publicada en el libro Trasiegos. Ensayos sobre poesía y crítica, 2018.

Poemas de un mal tiempo para la lírica está casi definido por la lucha del amor contra la muerte, lucha necesaria, lucha inevitable, lucha a secas, y de este libro a Los amantes de Sumpa parece haber un recorrido no tanto de la memoria como de la conciencia de tener memoria o de que la memoria es como una facultad de momentos únicos o de que la vida es un momento único. ¿Fue un cambio, fue un recorrido, fue la exploración de otros aspectos de cómo el amor vence a la muerte?

Es difícil precisar cómo se produjo el recorrido de un poema a otro, de un libro a otro, porque el intento de decir algo sobre ese recorrido implica rememorar. La reflexión que ahora podría tener lugar sobre la memoria involucra una distancia con el recorrido de un poema a otro, recorrido que se dio de otra manera cuando los escribí, y que parcialmente ha caído en el olvido. La conciencia del recorrido tendría hoy otro sentido, otra dirección. Hoy, en efecto, pienso que la poesía es una exploración de la memoria, entendida esta como esa facultad de alcanzar las huellas de momentos únicos, diferentes, pero que en su diferencia mantienen la unicidad de la vida, su repetición incesante.

La lucha del amor contra la muerte solo adquiere sentido por lo indisociable de su vínculo. No hay amor que resista a la muerte, pero, al mismo tiempo, el amor en sus momentos de mayor intensidad vence a la muerte. ¿Qué es la memoria, por su parte, sino una colección de ruinas, de huellas, sobre las que dibujamos tra- yectorias, sentidos, que no por precarios dejan de ser necesarios para la existencia?

La memoria siempre contiene olvido, no es posible vivir sin olvido. Si en Poemas de un mal tiempo para la lírica hay una percepción de la lucha del amor por vencer a la muerte, por vencer al tiempo, en Los amantes de Sumpa hay la conciencia de la imposición final de la muerte o del tiempo, una conciencia de la irremediable finitud de los cuerpos o del amor, aunque luego en los huesos de esa tumba de Santa Elena o en el poema sobreviva, por un tiempo, el amor ya vivido y acabado, y que sin embargo retorna en otros cuerpos, en otros gestos, a través de otras palabras. Huesos y textos se transfiguran en huellas de los amantes, huellas que adquieren sentido más allá de la muerte, que resplandecen, como en un «milagro», en una tumba del desierto, para que los nuevos amantes puedan reencontrar sentidos gozosos a sus propios actos. Y, ciertamente, una de las exploraciones de mi poesía tiene que ver con este recorrido de la memoria, con la conciencia de este recorrido, que siempre se repliega en el olvido, porque nos sería imposible vivir si la acu- ciante presencia de la muerte copara nuestra conciencia, aunque la memoria de lo muerto no deja de insistir en la fugacidad de la existencia. Pero es una exploración de toda poesía, una exploración particularmente intensa en la poesía de nuestra lengua.

Más que por el amor, tu poesía se deja ocupar por el cuerpo de la mujer y por los cuerpos de los amantes… El cuerpo es un alimento y un espacio único… ¿Qué encuentra en él tu poesía?

No hay amor que no gire sobre el cuerpo, el deseado, el amado, el ofrendado. No hay caricia que no sea un recorrido de la mano sobre el cuerpo deseado, amado. No hay escritura que no sea un recorrido de la mano sobre el cuerpo de la página, el cuerpo de las letras. El sentido de la palabra dicha a quien se ama va más allá o permanece más acá de los significados. El límite del cuerpo es indecidible, impreciso, como también lo es el del poema. En el contacto entre los cuerpos, la difusión de los límites es extrema. La mano que escribe el poema, el cuerpo de quien escribe, como la mano de quien acaricia o el cuerpo de quien está en contacto erótico con otro cuerpo, se extienden hasta hacer de la exterioridad, como tú bien dices, un alimento y un espacio único, en que se disuelve la interioridad. Y a su vez todo lo exterior se vuelve por un momento interioridad absoluta.

El mundo clásico de los mitos griegos estructura muchos de tus poemas, es decir, les ofrece un «esquema» o un «campo de imágenes» o una «red de arquetipos»… ¿Cómo recoges vitalidad de esos puntos de referencia míticos?

Para mí, los mitos griegos, como muchos otros retazos de poemas o textos literarios, bíblicos, por ejemplo, son parte del contexto existencial. No son meros restos arqueológicos exhibidos en un museo para guardar una memoria de lo que puede ser pasado, historia, vaya a saberse bajo qué presupuestos, sino «restos» que mantienen su lugar en el mundo en el que vivimos, escribimos, pensamos. Nos alimentamos de esos restos tanto como de lo que se crea en nuestra época. Con independencia del destino que tengan mis poemas, para mí la escritura poética es tan decisiva en mi vida como la respiración o el alimento. La escritura poética es, en parte sustancial, lectura, reescritura.

Los mitos griegos tienen la extraña cualidad de sintetizar ámbitos complejos de la vida en imágenes muy concretas. Si en los poemas y mitos bíblicos hay dramatismo y una riqueza de «historias» y sentencias, en los mitos griegos hay en cambio esa concentración de la complejidad existencial en la imagen y una apertura vasta para la refiguración, lo que posibilita invocarlos, siempre para interpretarnos o interpelarnos a nosotros mismos. Son formas que atraviesan nuestros discursos, de tal manera que están siempre ante nosotros.

Sin embargo, al retomarlos en la escritura, se produce un choque, una interrupción de los significados por el deliberado anacronismo. Esa interrupción es una apertura, una ventana hacia la insondable combinación de lo que se repite a lo largo de la vida de los seres humanos, en su grandeza y en su miseria, y de lo que pertenece a las formas históricas.

¿Y qué posición tienen [tus poemas] frente a los griegos, los mitos y la imaginación indígenas que a veces comparten con aquellos el espacio del mismo poema?

La imaginación indígena en los Andes no se presenta ante no- sotros, por desgracia, en cuerpos textuales que configuren una mitología o una biblia. No es el caso del Popol Vuh o de los mitos y poemas en lengua náhuatl en México o Guatemala. Pero la imaginación indígena se inserta, de manera destacada, en la atmósfera barroca de la cultura andina, heredada de la época colonial. Lo indígena es ante todo un reto: una presencia de una alteridad indominable, con la que casi no hay diálogo posible, un silencio grande, terrible, sostenido. Y esa masa de silencio que llevamos en nuestra intimidad más profunda, ese gesto que conlleva una gravedad terrible, casi impenetrable, es lo que se convierte en un reto a la interpretación y a la comprensión de nosotros mismos.

En la sección «Peregrinaciones» de Parajes parecen cruzarse afirmaciones poéticas fundamentales de tu poesía: lo mítico, lo histórico, la encarnación histórica del sujeto poético, el cuerpo de la mujer y la figuración filosófica… ¿De qué manera se prolongan las imágenes míticas en la historia o en la cronología o en ese sentido constante en tu poesía que son las ruinas?

A través de la poesía queremos interrogarnos sobre nosotros mismos, no sobre lo que seríamos en esencia, de modo absoluto o sustancial, en una identidad fija, sino sobre nuestro paso por el mundo, o sobre el mundo que pasa y en cuyo pasar estamos incorporados. Si nos interrogamos, es para dotar de sentidos a la existencia, no uno solo, sino múltiples, siempre cambiantes. El «yo» surge entonces en su condición de infinitud, de tránsito, de incompletitud, de alteridad y alteración incesantes. La poesía explora ese devenir, en que la trayectoria o las metamorfosis del sujeto poético se despliegan por el mundo. La escritura traza las rutas que sigue esa trayectoria, entre los restos del pasado y el fulgor de lo que podría venir. La historia no es un pasado cerrado, sino un pasado que llega en los residuos, en los fragmentos que se recomponen en las figuras del presente. No se está a la espera de un futuro que habrá de llegar de modo inexorable, sino que se está en una apertura hacia lo que está por venir. Y junto a lo deseado de manera más íntima, se espera lo insospechado.

Lo que trato de explorar en muchos de mis poemas es la experiencia de la apertura a ese incesante y fascinante acontecer. Entonces, lo que retorna como resto de una imagen mítica o como residuo histórico, y lo que se abre como posibilidad de acontecimiento, llegan al poema, a la escritura, con su propia necesidad. En esa experiencia del paso, en esa fascinación siempre repetida de lo irrepetible en el instante, de lo singular, he querido insertar la experiencia de la escritura poética. De ahí que se crucen residuos de mitos, de figuración filosófica, de datos históricos, con las huellas de la memoria personal. Si despojamos a la palabra «metafísica» de sus connotaciones idealistas, a fin de nombrar con ella solo esta preocupación humana por los sentidos múltiples de la existencia, creo que podríamos afirmar con Gaston Bachelard que la poesía es una manera breve de hacer metafísica.

Y justamente ¿qué función tienen tus libros en su propio desarrollo? ¿Cómo dialogan entre ellos? Parajes parece en este momento un libro central no solo por su año de aparición sino porque en él parecen converger inquietudes anteriores y de él parecen partir muchísimos senderos recorridos por libros posteriores…

Siempre he tenido un extraño sentimiento ante ese libro. Es el único de mis libros que ha ganado un premio literario, y tal vez ello ha contribuido a que se torne el más ajeno para mí mismo. Sin embargo, como tú bien señalas, en él convergen las inquietudes de mis primeros libros y de él parten muchos senderos hacia los posteriores. Parajes se publicó en 1984, y pasó más de una década hasta que apareció el siguiente libro, En los labios / la celada. Sin embargo, tanto este como Inventando a Lennon mantienen un diálogo secreto y constante con Parajes, del que no fui plenamente consciente sino hasta cuando ya estaban publicados.

La ofrenda del cerezo, tu último libro, y en especial el último poema, que le da título al libro, parece ser otro punto de convergencia después del recorrido, que pasa por En los labios / la celada, por Ópera y por Inventando a Lennon: en él está la relación entre poema y realidad, la autonomía de la realidad, la autosuficiencia del mundo que no necesita sino de sí mismo para seguir siendo… Pensando en este último poema, ¿qué pregunta te puedes hacer a ti mismo y cómo se puede responder? ¿O la única posibilidad de pregunta y respuesta son las palabras del poema?

En efecto, el poema «La ofrenda del cerezo» es un lugar de convergencia del recorrido que pasa por En los labios / la celada, Ópera Inventando a Lennon. Un recorrido por la experiencia del amor y el desamor, del arte y la configuración del artefacto poético, de la historia y el mito, si se quiere destacar el asunto predominante en cada uno de esos tres libros. La ofrenda del cerezo es también una memoria de la infancia, del hogar, de los lugares entrañables, de las querencias, y pese a esa voluntad de memoria, insiste en la autonomía del mundo, de la realidad.

El poema que da título al libro afirma enfáticamente que el poema es un acontecimiento más del mundo, que se debe al mundo y que está en el mundo, por un tiempo al menos, mientras dure, como un residuo más de una escritura y, a la vez, como huella de la maravillosa experiencia de mundo que tenemos cuando ante nosotros, en el devenir del mundo, se presenta la floración de un árbol o cuando la memoria levanta desde las ruinas ese momento vivido.

Y es por ello que el poema pregunta sobre el mundo, sobre la relación entre mundo y poema, entre historia y vida, en fin, sobre el acontecer. Mas la pregunta del poema no puede tener otra respuesta que no sean las palabras del poema mismo. Quizás todos mis poemas digan lo mismo, y lo que dicen es precario. Yo tengo la sensación de haberme hecho unas cuantas preguntas, muy pocas, que se han ido transfigurando lentamente a lo largo de los años, y al cabo de este tiempo tengo menos certezas, aunque me regocija precisamente esto, que pueda volver a preguntar casi lo mismo, en otras circunstancias, y que la pregunta y su suspendida respuesta sea un nuevo poema.

Por otro lado, ¿La ofrenda del cerezo no es la otra cara de Los amantes de Sumpa?: en ambos poemas se exalta la vivencia pura —en el primer caso de la naturaleza y en el segundo del amor—. ¿Una tercera vivencia es la del poema, el canto de la moneda?

Tal vez se podría decir que esa tercera vivencia es la que sostiene a las otras dos, la que permite su permanencia, por precaria que esta sea. Tal vez, entonces, no solo sea el canto de la moneda, sino la moneda misma. Es justa tu apreciación de los dos poemas en su vínculo. Entre Los amantes de Sumpa y «La ofrenda del cerezo» median casi dos décadas, pero si en el primer poema la vivencia de la naturaleza se supedita a la vivencia del amor, en el segundo, la del amor se supedita a la vivencia de la naturaleza. El engarce entre uno y otro poema puede estar en la vivencia del cuerpo, pues en uno y otro se habla de los cuerpos, de los restos de los cuerpos, o de los cuerpos de los seres singulares en su paso por el mundo. En uno y otro está muy presente el vínculo entre percepción e imaginación, el sustrato de lo sensible. Y el lugar de ese vínculo no puede ser otro que el poema mismo.

En Parajes hay un diálogo explícito con Mallarmé… y otros poetas y escritores aparecen en tus poemas como puntos de referencia, como lugares para la afirmación y la refutación… ¿Cuáles son los poetas necesarios para tu diálogo?

Me planteas una pregunta difícil de responder, pues en ver- dad en mis poemas hay diálogos explícitos o implícitos, homenajes, refutaciones, citas, parodias. Podría decir que mi escritura, a lo largo de estos libros, ha estado en constante diálogo con otros poetas y escritores de la tradición. Y no solo poetas y escrito- res, sino también con textos mitológicos, con cuentos maravillosos, con el folklore. En mi primer libro, Del avatar, en un poema en el que pesan mucho el diálogo y la confrontación con Eliot, «In partibus infidelium», hay también una cita y un homenaje a Bergman, a una de sus películas en particular, Vergüenza, que vi en los años terribles de las dictaduras del Cono Sur. En textos de En los labios / la celada hay un diálogo, si así se puede decir, con cuadros de Boticelli. Parajes está lleno de referencias a la historia del Ecuador, incluso a hechos anecdóticos de nuestra historia. Hay poemas que son homenajes más o menos explícitos a los poetas ecuatorianos fundamentales: Carrera Andrade, Escudero, Gangotena, Dávila Andrade. Y hay homenajes a Vallejo, a cierto Neruda, a Borges, a Pessoa.

Pero creo que tu pregunta apunta no solamente en dirección a estos vínculos, que son múltiples, sino al diálogo que sobre la concepción de la poesía y del poema ha tenido lugar en mi escritura. Ahí, por supuesto, en mis primeros poemas, en Del avatar, el diálogo más intenso es con Eliot, pero también en esos poemas se inicia el diálogo con la poesía de nuestra lengua, en especial, en ese libro, con Góngora. Luego viene el diálogo que tú adviertes con Mallarmé. Después de Parajes dejé de escribir por un largo período. Parajes se publicó en 1984, el siguiente libro, En los labios / la celada, en 1996. Viví un año y medio en México, entre 1991 y 1992, y durante esa estancia leí a los poetas mexicanos, no solo a Paz, por supuesto. Ahí descubrí a Gorostiza, y destaco ese descubrimiento porque, por razones que son muy sutiles, la lectura de Gorostiza tuvo la virtud de reenviarme a la poesía clásica española, a san Juan de la Cruz, por ejemplo, que es un poeta al que he leído una vez y otra a lo largo de los años.

Creo que Inventando a Lennon dialoga con Rimbaud y con el surrealismo, mientras que mi último libro [La ofrenda del cerezo] lo hace con la poesía española. Quizás este diálogo con la poesía española clásica gire en torno a un diálogo privilegiado, en ese libro, con Cernuda y con José Ángel Valente. Y si nombro a Valente, ya estoy volviendo a nombrar a san Juan de la Cruz, ¿verdad?

Por otra parte, creo que hay en mis poemas un diálogo con ciertas filosofías, un diálogo en que siempre quisiera salir del platonismo, a pesar de la fascinación que me provocan los diálogos de Platón. Pero más precisamente, hay un diálogo sostenido a lo largo de los años con las figuraciones filosóficas, como tú has dicho, de Nietzsche y de Heidegger; hay una sucesión de posiciones asumidas para afirmar y para refutar esas filosofías, sobre todo en los momentos en que privilegian la reflexión sobre las relaciones entre el pensamiento y la poesía. Pero no creo haber escrito filosofía, ni siquiera en mis ensayos, muy pocos por cierto, sobre poesía.