Después de tres meses de movilizaciones juveniles, frente a las cuales el gobierno de Piñera ha demostrado su total incapacidad de respuesta, la movilización general de los días 24 y 25, convocada por las centrales de trabajadores y los estudiantes, ha sacudido a Chile. Lo que está en juego, dicen los convocantes, es la necesidad de acabar de una vez por todas con la herencia pinochetista.
Aunque en los últimos lustros se nos ha vendido la idea de un Chile pujante, detrás del sostenido crecimiento económico y la incorporación a la OCDE, detrás de los gobiernos compartidos por socialistas y demócrata-cristianos, detrás de la apariencia de calidad educativa, ha persistido una enorme inequidad social y una constricción de la democracia.
El sistema educativo chileno, lejos de propiciar la movilidad social, profundiza la exclusión y la marginalidad social. La privatización creciente, el lucro como finalidad del sector privado de la educación, la mala calidad y el desfinanciamiento estatal de la educación municipalizada, los procesos de selección y el alto costo de la educación superior (en las universidades públicas y en las privadas), son la herencia pinochetista. Para contrastarla, los jóvenes han puesto a circular un discurso de Allende de hace cuarenta años. Exigen educación gratuita y de calidad para todos.
Jóvenes y trabajadores van más allá, hacia la reforma constitucional. Entre las herencias de la dictadura, Chile mantiene un sistema que excluye de la representación a las minorías. ¿Cómo es posible que una fuerza política, la que encabezó Marco Enríquez Ominami en las últimas elecciones presidenciales, que obtuvo el 20% de los votos, no tenga un solo representante parlamentario?
Para desacreditar al movimiento estudiantil, Gobierno y prensa de derecha han recurrido a la denuncia de la supuesta manipulación comunista que pesaría sobre aquel, dada la declarada militancia de su joven líder, Camila Vallejos. ¿Acaso han retornado Allende y Neruda?, podría uno preguntase. Pero no se trata de una mera repetición sino de algo distinto: un movimiento en que convergen múltiples demandas sociales y políticas. Que une lo lúdico de la protesta a la seriedad política de las demandas, para poner en ridículo la “compostura” del poder.
Ha habido, más allá del carácter no violento del movimiento, actos “vandálicos”. Mas no se puede olvidar que los “vándalos”, en Chile o en Inglaterra, surgen de los lugares más oscuros de la exclusión social.
Con ese pretexto y dada la muerte de un joven manifestante, para colmo, el gobierno de Piñera desempolva la Ley de Seguridad Nacional (¡ah, esas leyes “antiterroristas”!) para perseguir a Camila, a los jóvenes y a los trabajadores que, al sacudir los lastres del pinochetismo, apuntan más lejos en la vía de la democracia.
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