El rugido del jaguar

Los seres humanos no cejamos de compararnos con los animales para destacar alguno de los rasgos “demasiado humanos” de los individuos, las culturas o las sociedades. Habría que ver en esa comparación un modo de señalar nuestra pertenencia y a la vez nuestra distinción respecto del ámbito animal, es decir, nuestro lugar dentro de la complejidad de la vida. Hay en nosotros, los humanos, cierta angustia frente a la naturaleza. A la Tierra, nuestro hogar, en vez de redimirla la devastamos.

El pensamiento político está lleno de metáforas de animales, reales e imaginarios: Leviatán, “el hombre, lobo del hombre”, tigres (a veces “de papel”, como llamaba Mao al imperialismo yanqui, cuando el dragón chino no iniciaba aún la expansión que posiblemente le llevará a convertirse en el imperio de este siglo), jaguares. Un rebaño de ovejas es alegoría de la servidumbre voluntaria, del ciego sometimiento a los caudillos, mientras la oveja negra lo es del rebelde.

Hace poco, un Ministro alemán entusiasmó a los partidarios del desarrollo al declarar que el Ecuador era un “jaguar a punto de saltar”, en clara alusión a los llamados “tigres asiáticos”. Con ello, Herr Beerlfetz señaló el ideal utópico de la “revolución”: ser la Corea del Sur de este lado del Pacífico. Y para encaminarse a esa utopía, vienen a tiempo los capitales del dragón.

Es ciertamente un sarcasmo llamar “tigres asiáticos” o “jaguar americano” a las formas de capitalismo neoliberal que liquidan la riqueza de la vida silvestre en nombre del desarrollo. Tal desarrollo, tal pujanza, implica también el dominio devastador sobre la vida humana al servicio de la incesante acumulación capitalista.

Lo que cabe poner en cuestión en el Ecuador y en el mundo tiene que ver precisamente con el desarrollo y por consiguiente con el capitalismo. Este es siempre “salvaje”, justamente porque aniquila vida para convertirla en capital. Aquí, en el Ecuador, como en otras partes, el neoliberalismo no ha terminado, al contrario, continúa en el desarrollismo. La decisión sobre el ITT desenmascara al Régimen y a la supuesta “revolución”. Así, la “serpiente” se muerde la cola: otro ciclo de lo mismo.

No obstante, atravesamos un momento extraordinario en el ámbito de la política y la ética. La defensa del Yasuní tiene que ver con nuestra responsabilidad con la Tierra, con su redención frente al capitalismo salvaje. Es una cuestión que atañe al mundo entero. La defensa del Yasuní expresa el encuentro del Sumag Kawsay de raíz indígena con el pensamiento crítico, con el ecologismo. Engloba la crítica al productivismo y al consumismo, con sus secuelas de devastación .

El Yasuní es el hábitat de una rica diversidad de vida. Nuestro deber es cuidarlo. Que el jaguar viva libre en su selva, que su rugido y los sonidos silvestres nos lleguen al corazón.


Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: https://www.elcomercio.com/opinion/rugido-del-jaguar.html