El diálogo sostenido entre el papa Francisco y Eugenio Scalfari (La Repubblica, 2-9-2013) es un acontecimiento excepcional en el ámbito de la ética. Habría que decir con mayor precisión: ahí donde la ética supera a la política. De un lado, el jefe de la Iglesia Católica, la personalidad más importante del cristianismo, pero a la vez el Papa que ha decidido cambiar su iglesia. Del otro, un intelectual ateo, aunque no anticlerical, socialista, fundador del diario La Repubblica, casi nonagenario.
El acontecimiento es excepcional por los temas abordados y porque se trata de modo ejemplar de un diálogo. ¿Cuándo comenzó el diálogo? Se podría suponer que cuando Scalfari escribe al Papa una carta y este le responde. Pero a la carta precedieron las conversaciones de Scalfari con el cardenal jesuita Martini, y las que habrá tenido a su vez Bergoglio a lo largo de su sacerdocio. El diálogo tampoco concluyó cuando se dieron la mano Francisco y Scalfari, y ni siquiera cuando el Papa interrumpe su gesto de bendición al no creyente, según este cuenta. El diálogo continúa seguramente en el pensamiento de los dos interlocutores. Y en los lectores.
Un diálogo verdadero implica condiciones excepcionales, ante todo la primacía del sentido de justicia y la hospitalidad. Quienes dialogan, no intentan imponer su posición al otro, hacer proselitismo, convencer de su verdad o sus valores. Van a un encuentro que tiene como propósito el mutuo reconocimiento. No en vano Francisco inicia la conversación con una broma: “Alguno de mis colaboradores me ha dicho que usted intentará convertirme”.
Ninguno intentará convertir al otro, el propósito es distinto: encontrarse, reconocerse mutuamente como hombres de buena voluntad. Al final, como al inicio, Francisco seguirá creyendo en un Dios trascendente, aunque precisará que “no católico”, es decir, no únicamente de los católicos, y Scalfari seguirá creyendo en el ser como totalidad caótica y en la inmanencia. Mas uno y otro se sentirán próximos en su condición ética.
Hay mucho por lo que debemos sentir vergüenza. “¡Vergüenza!”, gritó el Papa horas más tarde, a propósito del naufragio de la barcaza en la que cientos de desesperados africanos intentaban alcanzar la isla Lampedusa. La carencia de futuro de los jóvenes, la soledad de los viejos, las guerras, la miseria de los inmigrantes… ¿Qué hacer frente a lo que nos produce vergüenza? “Ama a tu prójimo como a ti mismo”: ¿cuál es el sentido de semejante mandamiento? El ágape, y de ninguna manera el narcisismo, propio de los poderosos, vinculado con la corte (esa lepra de la Iglesia, según Francisco).
Quedan temas pendientes. “La Iglesia es femenina”, dice el Papa al final del diálogo. Este queda abierto, justamente en un punto especialmente complejo para la apertura de su Iglesia que busca Francisco.
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