El intelectual orgánico

Para Antonio Gramsci, las clases que imponían su dominio social lo hacían no solo por medio de la fuerza (coerción), sino que necesitaban constituir una hegemonía ética y cultural, es decir, forjar un consenso en torno a ideologías y valores. Esta hegemonía era la tarea del “intelectual orgánico”. Gramsci destacaba tres formas históricas de “intelectual orgánico”: el clero en las sociedades feudales medievales, el intelectual liberal en el mundo burgués, y el partido revolucionario del movimiento obrero.

En la América Latina de hoy, tan distante de la revolución (cualquiera sea), la ausencia de un “sujeto revolucionario” en un contexto de crisis de la democracia liberal (tan débil a lo largo de la historia) aparenta llenarse con variantes populistas. Para componer sus discursos, los neopopulismos recurren a un mosaico de fragmentos ideológicos que van desde un mesianismo que deposita su fe en los caudillos hasta la consagración del dominio tecnocrático.

A algunos intelectuales que provienen de la izquierda estalinista y que hoy adhieren a los neopopulismos autoritarios, parece fascinarles que se les considere “intelectuales orgánicos” de las supuestas revoluciones. Para ello, a su fidelidad a los caudillos unen una singular capacidad de inversión de valores: aquello que en el pasado fue heroísmo, hoy se llama terrorismo. Lo que fue “levantamiento popular” hoy se llama “anarquismo letal” (Alfredo Vera, en El Telégrafo, 29.07.2013). Tales intelectuales orgánicos luchan aún hoy por la Revolución y la Patria Grande, mientras que quienes protestan por las condiciones sociales o la corrupción, o exigen el cumplimiento de los derechos humanos, o se levantan contra los tiranos (allí donde ellos deciden que hay revoluciones), son meros “emepedistas” que quieren “destruir lo que se les ponga por delante”.

¿No fueron esas o muy parecidas las acusaciones que se hacían contra las acciones contestatarias en las que ellos participaban en el pasado? ¿Acaso queda solo cinismo e hipocresía en tales “intelectuales orgánicos”? ¿Qué valores éticos rigen su silencio cómplice frente al autoritarismo que persigue y condena por terrorismo a estudiantes y dirigentes indígenas que protestan? ¿O su manera de invocar la sumisión ante los caudillos? Aunque los movimientos contestatarios parecen anclarse todavía en objetivos modernos (democracia, derechos, libertades), no es menos cierto que señalan al pensamiento la decisiva importancia de la crítica a los valores hegemónicos (cinismo, egoísmo, consumismo, espectacularidad).

Si la figura del intelectual orgánico de Gramsci ha perdido hoy su sentido, en cambio la cuestión de la “hegemonía ética” conserva plena actualidad. ¿Es posible transitar hacia otras formas de humanidad? ¿Es posible aún otra ética? ¿Dónde cabe situar esta indagación y quiénes están llamados a hacerla?


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