El agua, la vida

¿Por qué “cuatro (indios) pelagatos” desatan semejante histeria en el entorno del poder? Toda una campaña mediática de acusaciones tontas sobre supuestas “desestabilizaciones”. Contramarchas, entregas de pelotas, promesas… Por ahí se vio moverse, desaforados, a unos cuantos que se sirvieron del movimiento indio para trepar por las escalerillas burocráticas.

Más allá de los intereses inmediatos de la “política”, lo que pone en evidencia la marcha es un conflicto creciente entre el Gobierno sobre la vida (biopoder) y la resistencia de esta. La biopolítica tal vez sea la cuestión esencial de la actualidad, aquí y en el resto del mundo.

Sin duda, la marcha impulsa la crítica de la vía de progreso y civilización que ha dominado los últimos siglos, que parece conducirnos a una catástrofe global si no actuamos para detenerla.

La marcha incita a detener la exacción sin límites de recursos naturales. Se opone a un programa de desarrollo basado en la extracción de minerales a gran escala, que pondría en riesgo la disponibilidad de agua dulce y que, por tanto, amenazaría a la vida.

¿Acaso no debemos cuestionar a fondo ese progreso que en decenios ha venido destruyendo ríos, bosques, animales, plantas? ¿En qué han quedado, por caso, los valles y ríos de las cercanías de Quito? ¿Dónde está ese “Machángara de menta” que cantaba hace menos de un siglo Carrera Andrade?

El productivismo moderno ha ejercido una tiranía violenta sobre la Tierra. El capitalismo, gobernado por la codicia, por la lógica de la ganancia y la acumulación sin límites, ha devastado el planeta. Cada acto de civilización ha traído formas de barbarie. Armas de poder destructivo brutal, hornos crematorios, conversiones de países enteros en desiertos o en basureros. La devastación en nombre del progreso se cumplió en el despótico capitalismo de Estado que pasó por socialismo. ¿Qué queda, por caso, del Mar de Aral, después de que en la URSS se decidiera impulsar el progreso, restando al mar aguas que le llevaban los ríos tributarios de su cuenca? Un desierto, un desastre ecológico que hoy comparten cinco repúblicas asiáticas.

¿Quién nos asegura que con la minería a cielo abierto no se producirán desastres ecológicos ? ¿Debe bastarnos la palabra de un gobierno convertido en vicario de capitales chinos, coreanos, canadienses?

Agradezcamos esa excepcional disposición de las comunidades indias, que se ponen en movimiento para oponerse, con solo sus cuerpos, a la biopolítica del poder. Mientras marchan, su biopolítica reivindica nuestras vidas. También las de quienes permanecen amedrentados por el ejercicio despótico del poder y las de quienes fueron traídos hasta Quito para escuchar los denuestos de su caudillo contra “4pelagatos”.


Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: https://www.elcomercio.com/opinion/agua-vida.html