Dictadura mediática

Alguien, desde una parafernalia mediática, denuncia al mundo la dictadura de los medios…

Quizás una de las ilusiones respecto de la democracia moderna radique en la pretensión de que se expongan ante la opinión pública las propuestas diversas, incluso antagónicas, en un diálogo racional que permitiría o bien acuerdos o bien la opción por aquello que decida la mayoría. La opinión pública se presenta así como el gran teatro de la política, en el que los actores debaten y establecen consensos.

De ahí que se haya visto en el desarrollo de la prensa, de la opinión escrita, que implica una mayor prudencia y precisión en la exposición de las ideas (libros, periódicos) una condición esencial del diálogo o del debate democrático. Los medios, sin embargo, han crecido a lo largo de la modernidad hasta convertirse en una de las industrias más poderosas de nuestra época. Una industria muy diversa: prensa, radio, televisión, cine, internet… Una industria con grandes monopolios, pero también pequeñas y medianas empresas (públicas, privadas, comunitarias).

Hace medio siglo, la “industria cultural de masas” fue puesta bajo sospecha por Adorno y Horkheimer: surgida de las expectativas de emancipación humana de la Ilustración, parecía llevar en sí la imposición a las masas de las ideologías del poder económico, político, social, étnico. Sería incluso vehículo de los totalitarismos.

En esa contradicción aún nos movemos. Cada invención es saludada por las posibilidades que parece contener para ampliar los ámbitos de libertad y responsabilidad pública, para propiciar la intercomunicación razonable. Por otra parte, los medios son poderosos vehículos que intervienen sobre las decisiones de los sujetos. Pueden informar o desinformar.

Gadamer se preguntaba si puede haber democracia cuando ser fotogénico es condición para ser candidato en cualquier proceso electoral. ¿Qué es ser fotogénico? De por medio está todo un aparato de trucaje fotográfico para crear apariencias. Pero no todos somos fotogénicos. A la diferencia natural se une la creada artificialmente. La democracia comenzaría en la desigualdad, lo que acaba por negarla. Y se basaría en el trucaje, en ciertos modos de engaño. Junto a los medios se ha desarrollado el marketing. Pierde importancia la publicidad de las ideas. En política, como en cualquier ámbito comercial, importa la marca, la imagen. Un líder es en gran medida una hechura del marketing.

No se busca un diálogo racional de tesis, sino el fuerte impacto emocional: se recurre a los nacionalismos, los fundamentalismos religiosos, el resentimiento social. El marketing prevalece sobre las ideologías y las propuestas. Sucumbe la democracia. La sumisión de la política al marketing es el fin de la política.


Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: https://www.elcomercio.com/opinion/dictadura-mediatica.html