Carta a Alexandra Kennedy sobre el artículo “El Museo Nacional”

Querida Alexandra:

Leo con atención tus artículos en El Comercio. El que aparece en la edición de hoy, 25 de mayo de 2017, me motiva un par de comentarios que quisiera hacértelos conocer.

Me parece muy importante introducir un debate sobre los museos en el Ecuador, más aún sobre el “Museo Nacional”. Resulta ridículo, para comenzar, que el museo que nos deja la década correísta sea una vanidosa exhibición del caudillo, regalos triviales de viajes oficiales de él y sus subordinados, rólex obsequiados por jeques de estados petroleros, algún libro no leído… se ve ahí la dimensión aldeana del caudillo y de sus secuaces. No digo que esos regalos oficiales no deban ir a parar en algún lugar, tampoco que no deban ser exhibidos. Lo aldeano radica en que el único museo que se haya levantado o se haya impulsado en esta década, con todo el dinero que tuvieron durante los siete primeros años, sea este de la vanidad del personaje. Del “amo”, como podría decir algún psicoanalista lacaniano. Es como si Georges Pompidou hubiese dejado como legado los triviales regalos de las visitas oficiales y no el Centro Pompidou de París (yo creo que debieron ponerle otro nombre, no el del gobernante, pero en fin, esto del nombre es otro tema).

Esa ridiculez, el museo del caudillo, tiene además su correlato arquitectónico y urbanístico: ese adefesio que está en Montecristi, el otro que está en la Mitad del Mundo, el mamotreto llamado Plataforma Financiera (que se inundó antes de su inauguración y que rompe con cualquier sentido de equilibrio o armonía en la regeneración urbana del norte de Quito), la plazoleta ridícula que tenemos ahora a una cuadra de la Plaza de la Independencia, detrás del convento de las Conceptas, después de que el caudillo ordenara demoler el edificio que había ahí y que pudo ser modificado para múltiples servicios, aprovechando su excelente estructura. Conozco la crítica de Alfonso Ortiz al respecto, pues esa plazoleta atenta contra la trama urbana del centro, y también un documento enviado por mi hermano Jorge Carvajal a Correa, a Barrera y al entonces ministro de Vivienda, Jaramillo, en que señalaba las múltiples posibilidades de rehabilitación del edificio.

No sé mucho acerca de las obras que haya emprendido el Ministerio de Cultura durante esta década. Conozco apenas una antología de la literatura ecuatoriana contemporánea, en cuatro tomos, que se publicó en España, con Alfaguara, cuando estuvo de ministro Galo Mora. Conozco que una novela y un libro de cuentos merecieron premios significativos desde el punto de vista económico (y me alegro por los jóvenes autores que los ganaron), pero esos libros son inaccesibles: no están en librerías. No he podido conseguir la novela, premiada hace unos seis años; el libro de relatos de Gabriela Ponce Padilla lo recibí como generoso obsequio de su madre, porque tampoco lo pude encontrar en librerías. Ese Ministerio ha tenido una política por demás sectaria, como es de conocimiento público, por lo que tampoco es posible ir allá para solicitar que te provean de esos libros.

Una única vez fui al Ministerio. Me encontré con una insólita dependencia: la “Dirección Nacional de Creatividad”. Estos nombres pomposos que fueron apareciendo durante la década recuerdan, desde luego, los ministerios de 1984 de George Orwell. Habían organizado, en la época en que estuvo al frente del ministerio el poeta Preciado, unos extraños concursos literarios encubiertos en ridículos concursos de “proyectos” (es decir, no había concursos de novelas, cuentos, ensayos o poemas, sino de “proyectos” de novela, cuento, ensayo o poesía). Además, en tres extrañas categorías: “consagrados”, “menores de 35 años” y “todos los demás”. ¿Hubo una “feria mundial del chancho hornado” organizado por la ministra Sylva?

Cuando asumió el Ministerio Galo Mora, en una conversación que tuve con él, me aclaró que no necesitaba que yo le insinuara la urgencia de organizar la Biblioteca Nacional, puesto que la planificación ya la tenían e incluso ya contaban con el financiamiento para ello. Luego de esta década, ¿dónde está la Biblioteca Nacional? ¿Tienen idea de lo que entraña una Biblioteca Nacional? Otro intelectual funcionario del poder me esclareció un día que ya no tenían sentido las bibliotecas nacionales, pues hoy se hacen mediatecas. No sabía ese intelectual que justamente yo había investigado ese tema, el de las mediatecas, con un grupo aventajado de estudiantes de literatura de la PUCE, pero tampoco ese intelectual sabía que una biblioteca nacional es una biblioteca de referencia, lugar de trabajo de investigadores por sobre todo. Como bien sabemos, la biblioteca de referencia que tiene el Ecuador es la Aurelio Espinosa Pólit de la Compañía de Jesús. ¿Qué hizo durante los ocho años que estuvo al frente de la Casa de la Cultura el licenciado Pérez Torres para impulsar la Biblioteca Nacional?

A mi criterio, la Casa de la Cultura Ecuatoriana (la Sede Matriz) ha sido durante años, después de la gestión de Edmundo Ribadeneira, una institución inútil, dirigida por personas incapaces e incompetentes, carentes de visión, de imaginación y de sentido histórico. La mayor parte de esas personas han sacado a relucir su barniz de izquierdistas, de progresistas, pero solo han sido burócratas mediocres, con la estrechez de miras de las capillas donde la vanidad se reconforta con los elogios mutuos y las pequeñas intrigas parroquianas. ¡Qué distancia entre un Benjamín Carrión, un Jorge Carrera Andrade, un Julio Endara, o en cuanto a la organización y publicación de la Biblioteca Mínima Ecuatoriana, un Aurelio Espinosa Pólit, de una parte, y de otra la ralea de “izquierdistas” o “progresistas” que han dirigido esa institución en el último cuarto de siglo!

Quito ha carecido de Casa de la Cultura desde que se promulgó la anterior ley, en el último día del gobierno de Hurtado (9 de agosto de 1984). Esa ley, en ese sentido, tuvo un grave equívoco. No conozco a las personas que han ganado la elección del núcleo de Pichincha bajo la nueva ley, a mi juicio un mamotreto populista. Ya veremos qué sucede.

Con todo lo anterior, comprenderás lo mucho que me ha sorprendido el pedido tuyo al nuevo ministro y viejo burócrata cultural, el licenciado Pérez Torres, encaminado a que atienda a otras esferas que no sean la literatura. Querida amiga: Pérez Torres, durante su larga estancia, a la que habría que sumar la de sus compinches y ex compinches que se han turnado en la dirección de la Casa Matriz, han hecho muy poco, y yo diría que incluso nada por la literatura. En el pasado, se cometió un error grave (creo que durante la administración de Edmundo Ribadeneira), que consistió en confundir “editorial” con “imprenta”. La CCE no necesitaba de una imprenta, en Quito las hay suficientes, y muchas de buena calidad. Con todo, quienes han dirigido la CCE han tenido una imprenta que podía producir centenares de libros, en ediciones incluso de miles de ejemplares, cada año. ¿Dónde está la producción editorial de la CCE? ¿Tienen alguna calidad las ediciones de la CCE en un momento en que en Quito podemos contar con un buen número de excelentes editores y diseñadores? Unos cuantos números del periódico de la CCE, que nada tienen que ver con Letras del Ecuador de la época de Carrión y Carrera Andrade, cuando estos dos no percibían sueldo alguno (de lo que se quejaba Carrera Andrade, que no tenía ningún otro ingreso para subsistir) debido a la escasez de recursos de la institución. ¡Cuánto se publicó en esos años, sin embargo de la estrechez económica!

¿Dónde consigues, querida amiga mía, la obra de un César Dávila Andrade, de un Jorge Icaza, para señalar a dos de nuestros más grandes autores? No se diga de Olmedo, por caso. ¿Acaso la CCE ha publicado a Carrera Andrade, a Escudero, a Palacio, en ediciones correctas? Hubo un sinvergüenza en la CCE que publicó la obra poética de Carrera Andrade en edición bilingüe, español-inglés, en tres tomos. Felizmente hay en nuestro país personas con probidad intelectual y conocimiento, como Álvaro Alemán y Cristina Burneo, quienes salieron de modo contundente a demostrar el fraude de semejante “traducción”. Tuvieron que retirar la edición de librerías.

No quiere decir esto que en Quito no se hayan publicado libros, incluso en estupendas ediciones. Eso los debemos a editoriales privadas, que trabajan con enormes dificultades debido a la estrechez del mercado: los ecuatorianos leen muy poco. ¿Cuál es el promedio anual de libros leídos por los ecuatorianos? Desde luego, los políticos de nuestra época o no leen nada o leen muy poco, salvo contadísimas excepciones, que en este caso confirman la regla. Los editores privados de Quito y del Ecuador merecen una especial gratitud por su esfuerzo en condiciones adversas. Ellos son los que han mantenido a la literatura ecuatoriana.

Desde luego, no se puede desconocer que ha habido una labor de difusión de ciertos textos a través de la Campaña Nacional del Libro y la Lectura. ¿Cómo surgió? ¿Qué vínculos tuvo en su inicio con la CCE, con el Estado, con qué recursos se inició?

En realidad, en ese largo período de al menos un cuarto de siglo en que tales “revolucionarios” han dirigido la CCE hay una sola persona que merece respeto por su obra abnegada y contra corriente: Ulises Estrella, que levantó la Cinemateca. Justamente Ulises Estrella, que fue despedido por el licenciado Pérez Torres debido a que tenía más de setenta años. En ese entonces también Pérez Torres era ya septuagenario… Claro, después de muerto el poeta tzántzico, se apresuró a poner su nombre a la Cinemateca.

Por consecuencia, querida Alexandra, no hay que pedir peras al olmo. Pérez Torres es ministro de Cultura en mérito a su incompetencia, a su inoperancia, a su absoluta falta de pensamiento y de imaginación. Su labor en torno a la literatura ecuatoriana es casi nula. Lo único que sabe bien es musitar loas a los “revolucionarios en el poder”, y sobre todo pronunciar oraciones fúnebres a los caudillos (Chávez, Castro)…

No comprendo, desde luego, cómo pudo escoger el presidente Moreno a Pérez Torres como Ministro de Cultura. A mi juicio, su designación o bien implica que el licenciado Moreno entiende de cultura tanto como su predecesor (es decir, un horizonte que no va más allá de la “canción protesta”, unos cuantos pasillos, Aladino y la trivial mitología de los “héroes revolucionarios”, Kirschner o Chávez incluidos) o bien que la cultura no le interesa un rábano. Como no le interesó a su predecesor.

Sin embargo, hay una cuestión de fondo más importante que estas vicisitudes de instituciones caducas como la CCE y vacuas como el Ministerio (hasta hoy, y con la designación de Pérez Torres, ese vacío continuará, no lo dudes), que se relaciona con tu planteamiento acerca del Museo Nacional. Yo creo que es necesario debatir más a fondo sobre ese apelativo “nacional”, y no solamente porque entra en contradicción con la declaración constitucional sobre el carácter “plurinacional” del Estado ecuatoriano. Me parece que tu artículo puede ser un buen punto de partida para iniciar una profunda reflexión sobre lo que tendrían que ser los museos de los que tan necesitados estamos.

Contamos ciertamente con personas con una consistente formación museológica. Tenemos en Quito o en Cuenca estupendos espacios destinados a museos. Pero cuando los visitamos, tenemos la sensación de que están “vacíos”, de que las exhibiciones son pobres… y a la vez, cuando queremos mostrar a nuestros amigos que nos visitan nuestros troyas o pintos, nuestros tábaras, nuestros viteris, nuestros kingmans, nuestros rendón-seminario, o incluso nuestros caspicaras o sangurimas, no sabemos dónde llevarlos. Estos últimos años he ido varias veces a México, y uno de mis propósitos ha sido visitar sus extraordinarios museos, no solamente por la estupenda riqueza de sus artistas plásticos, sino por las exhibiciones de artistas de distintas partes del mundo. Que las vanguardias rusas y soviéticas, que las exposiciones de Anish Kapoor o Ai Weiwei, o en nuestros días la inquietante exposición de Jill Magid en el Museo de Arte Contemporáneo de la UNAM, donde se exhibe un anillo con un diamante procesado a partir de una parte de las cenizas del genial arquitecto Luis Barragán.

¿Acaso cuando hubo dinero suficiente en esta década no era posible organizar una gran muestra en que al menos los ecuatorianos hubiésemos podido contemplar la enorme obra de nuestros grandes artistas? Desde luego, el caudillo nada entendía de artes plásticas, pero ¿sus ministros? ¿o aquellos que estuvieron al frente de la CCE?

Tú te refieres al “Museo Nacional” con un sentido mucho más amplio, de tal manera que muestre la diversidad cultural, estética, artística, y ello es pertinente.

El problema que quisiera dejarte planteado tiene que ver solamente con la circunstancia de que los “museos nacionales” (como también las “literaturas nacionales”) tienen que ver con las políticas encaminadas a forjar los estados nacionales y en consecuencia su sustento “ideológico”, su imaginario y la memoria colectiva necesaria al Estado, esto es, la “cultura nacional”. Incluso si tales estados nacionales son a la vez imperiales (Museo Británico, Museo del Hombre, el Pérgamo de Berlín, o el Hermitage, o el Museo de Historia Natural de Nueva York que tiene la extraordinaria colección de Margaret Mead proveniente de su actividad como antropóloga en las islas del Pacífico) con esa combinación entre lo “nacional” y lo expropiado. Pero estamos en una época en que la idea de “nación”, una idea en realidad moderna y muy reciente, ha entrado en crisis. En nuestro país su crisis está vinculada a la declaración (¿acaso no es por ahora solo una declaración?) del Estado plurinacional, es decir, a la ruptura con el desconocimiento de las comunidades “indígenas” en el Estado-nación.

También por la caducidad de la “soberanía”, a pesar de los discursos soberanistas y nacionalistas de ciertos caudillos de América latina. ¿Acaso Maduro no proclama la “soberanía” para mantener su régimen dictatorial, la represión brutal de sus opositores (es decir, de la mayoría de los venezolanos) y la destrucción de las bases mismas de la convivencia civilizada y la supervivencia de la población? (No deja de ser demostrativo del carácter de los “intelectuales progresistas” y de los “revolucionarios del siglo XXI” que ante la dictadura de Maduro mantengan un silencio cómplice, cuando no un descarado apoyo a nombre de la “soberanía”).

Yo, por mi parte, sueño con un museo del marranismo, de esas formas multifacéticas de exilio, de migración no solamente física sino cultural, religiosa, lingüística, del pensamiento… marranismo, mezcla, metamorfosis, “antropofagia” en el sentido de Osvald de Andrade o “codigofagia” en el sentido de Bolívar Echeverría.

En fin, te agradezco por el artículo, que me ha dado motivos para pensar sobre nuestra (grave) situación cultural, que no creo que la perciban ni el presidente Lenín Boltaire Moreno ni sus cercanos colaboradores. Y sobre la urgencia de contar con museos vivos, con impulsos que nos permitan ver los esfuerzos que, en múltiples áreas, realizan artistas, escritores, intelectuales, pequeños editores.