Pese a que leíamos con entusiasmo el ‘Retrato de un artista adolescente’ de Joyce, mi generación careció de una “novela de formación” que diera cuenta del ímpetu juvenil de escritores en ciernes. La realidad nos colocó en medio de confrontaciones políticas de dimensión mundial: la revolución cubana y las consiguientes guerrillas en América, las últimas guerras de independencia en África y Asia, la revolución cultural china (incomprensible para nosotros), el sangriento aplastamiento de la Primavera de Praga, Mayo del 68. Crecimos en medio de la amenaza de una catástrofe planetaria, el fin probable de la Guerra Fría, pero aún soñábamos con “tomar el cielo por asalto”.
Aún era posible confiar en unos cuantos héroes: Martin Luther King (que hace 50 años pronunció su discurso “Tengo un sueño”), el Che Guevara (que terminó su sueño de revolución mundial casi en solitario en las selvas de Bolivia), los aldeanos que con su astucia vencían al ejército más poderoso de la Tierra en los pantanos de Vietnam. Y Malcolm X, y los jóvenes músicos que agitaban un nuevo modo de vivir.
El triunfo de la Unidad Popular en Chile señalaba en ese contexto la posibilidad de construir en América Latina una democracia social. Al frente del proceso estaba Allende, un político forjado en una larga lucha, que encabezaba un movimiento social. Nuestra América permanecía sometida al latifundio y dependía de la explotación intensiva de recursos naturales… Hoy, a cuatro décadas de distancia, se pueden advertir las debilidades e ilusiones de la UP, unas relacionadas con los modelos de desarrollo que se debatían entonces, y otras que tienen que ver con la democracia y el socialismo.
La conspiración contra el gobierno de Allende se fraguó en una turbia alianza de la reacción interna y el gobierno imperial de Nixon (como confesó Kissinger). A la conspiración favorecieron la silenciosa adhesión de la Democracia Cristiana y el sectarismo de la propia izquierda.
El gobierno de Allende tomó medidas para un cambio radical y rápido: nacionalización del cobre, reforma agraria. Se sustentó en la organización social (partidos y sindicatos), y no en la movilización electorera de una masa amorfa y clientelar. Con su fin fracasó el más serio intento de una democracia social en el continente. Lo que vino después fue una dictadura sangrienta, que se impuso a través del terror de Estado y el miedo, cuyos efectos duran hasta nuestros días. No es mero azar que coincidan hoy los pedidos de perdón de los magistrados judiciales con la lucha estudiantil contra el sistema educativo heredado de la época de Pinochet.
En esta hora en que desconfiamos de los héroes, Allende brilla en el firmamento de nuestra historia continental porque la consecuencia ética de su vida, sellada con su muerte, simboliza algo que solo se encuentra en pocos grandes políticos: la dignidad.
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