Marlene Aguirre Montero. Literatura, psiquiatría, psicoanálisis.
Un anudamiento posible. [Quito, 2023].
Quiero escribir, pero me sale espuma
César Vallejo
«Quiero escribir, y el llanto no me deja», es el primer verso de un soneto de Lope de Vega que retoma César Vallejo en el suyo, titulado «Intensidad y altura», que comienza con el verso: «Quiero escribir, pero me sale espuma». ¿Son las lágrimas o es algo más profundo, contenido en el llanto, lo que impide escribir a Lope de Vega? Tal es la intensidad de la pérdida amorosa, que acaba por parecerse a la muerte: «que cuanto escribo y lloro todo es muerte», dice el último verso del poema de Lope. El poema de Vallejo concluye en un verso que une el erotismo y tal vez una enigmática alusión a la muerte, por la implícita alusión ―casi como una carta oculta, que sin embargo está ahí, a la vista― al más conocido de los poemas de Edgar Alan Poe: «vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva». En los dos sonetos aparece nombrada el alma: «Si el llanto dura, el alma se me queja», en el soneto de Lope; «nuestra alma melancólica en conserva», en el de Vallejo. Mas, ¿qué es el alma?, ¿qué lo es para Lope y qué para Vallejo? Alma, psique… ¿Por qué es tan difícil decir y, más aún, escribir? ¿Qué «dice» el poema? ¿Qué dice el relato? En La conversación de los tres caminantes de Peter Weiss, los tres personajes que carecen de nombre propio, que son designados solo con letras capitales, se suceden en el uso de la palabra, imbrican sus relatos, que, aunque en cada caso tienen continuidad con lo dicho antes por cada uno de ellos, no guardan por el contrario ninguna conexión entre sí. No obstante, se podría decir que se imbrican configurando un nudo borromeo. ¿Por qué es tan difícil conversar, atar nuestro relato al relato de los otros?
¿Hacia dónde discurre el soliloquio al que nos entregamos durante el duermevela, en la cama o en el asiento de un avión o de un tren? ¿Qué arrastra, y hacia dónde, el flujo de las palabras que se cruzan quienes conversan en una sobremesa o a partir de un encuentro fortuito en un bar o una estación de autobuses? ¿Hay algo hacia lo que nos aproximamos más con la escritura que con el «mero» hablar? Pero, ¿de qué habla el poema o el relato? ¿Acerca de qué se teje el relato del analizante o el divagar de un neurótico? ¿O, más bien, habría que preguntarse qué desteje ese relato? ¿O el relato teje y desteje? ¿Qué es lo que arrastra a la palabra hacia los confines del sentido? Pero, ¿qué es el sentido? ¿Qué arrastra al sentido, o más precisamente a los significantes, unos detrás de otros, en cadenas que acaban por perderse? ¿Qué es lo que se pierde, o qué se alcanza al fin y al cabo?
«Quiero escribir, pero me sale espuma», repetimos el verso de Vallejo después de cada intento. Pero cada intento es una red que se lanza hacia lo insondable. A veces algún poeta estira el cuello para otear en otros ámbitos, tal vez ahí encuentre una explicación a esa inquietud permanente acerca de la «espuma». Quizás, dice, me lo expliquen la psicología, el psicoanálisis, tal vez la semiótica. ¿Alguna explicación puede aportar a esa desazón el trabajo del médico psiquiatra, si es que el relativo sin-sentido del poema se aproxima al divagar del «loco»? ¿No enseña, acaso, el decir popular que «de músico, poeta y loco, todos tenemos un poco»? Pero, ¿qué es la locura?
A veces se pregunta al poeta sobre el significado de algún poema o, lo que todavía es más desconcertante, sobre el sentido de la escritura poética, ¿para qué sirve? El poeta no tiene, por supuesto, ninguna respuesta, más aún, duda con razón de la validez de tales preguntas. Tal vez preguntas semejantes se dirijan al psicoanalista. Hay un cuestionamiento constante de la validez del psicoanálisis, ¿para qué sirve? ¿Acaso no declara este que el análisis no pretende la cura? ¿Pero acaso hay cura? ¿Acaso mi neurosis, acaso mis momentos de desazón o de misantropía pueden curarse? Seguramente hay proximidades entre analizantes y poetas, entre psicoanalistas y lectores. Pero, ¿entre psicólogos o psiquiatras y poetas?
Apenas si conversamos entre poetas y psicoanalistas, aunque es posible que nos leamos a menudo. Seguramente muchos ensayos y estudios de Freud han sido leídos por los poetas, probablemente lo leyó Vallejo. Más difícil es que otros poetas hayan leído a Lacan. Los términos aparecen aquí y allá, en las reflexiones de los poetas y en los discursos de los psicoanalistas: Yo, la imaginación /el imaginario, el simbolismo / lo simbólico; la realidad, lo real, el deseo, ¿el alma?, los sueños, el amor, la muerte. ¿Y más allá, en la clínica del psiquiatra y sus reflexiones?
Este libro de Marlene Aguirre es un grato encuentro. Lectora de poetas, atenta a la interlocución entre «caminantes» que discurren por distintas disciplinas (las tres psi: psiquiatría, psicología, psicoanálisis), atenta incluso si la conversación no entrelaza ni prácticas ni propósitos comunes, se aventura a encontrar los «nudos borromeos» que permiten un acercamiento múltiple entre estos campos que aborda. ¿Qué une, porque al fin y al cabo algo une a ese múltiple discurrir? El lenguaje, el decir, el hablar o el escribir.Es en el lenguaje, a través del lenguaje, gracias al lenguaje, que podemos configurarnos como individualidades, como «sujetos», adquirir lo que Lope o Vallejo denominan «alma», lo que posibilita la amistad o el amor, lo que abre sentido al mundo, y también lo que nos conduce hacia los confines de la existencia.
Hay que agradecer el talante amistoso, amoroso, con el que Marlene Aguirre se aproxima, más allá del psicoanálisis, a otras prácticas clínicas, así como a la poesía, para zurcir, para unir o aproximar estos ámbitos. Esa amistad, esa disposición amorosa, se manifiesta en la calidez de su escritura. En el logro de una escritura que fluye y permite al lector advertir la semejanza o proximidad de cuestiones que atañen a esos ámbitos del psicoanálisis, la psicología, la psiquiatría o la poesía, así como acercarse a la comprensión de conceptos complejos, como los que construyeron Freud o Lacan a lo largo de su trabajo. Muchas gracias, querida amiga Marlene.